EL DÍA DE LA MUDANZA en EL FARO DE MURCIA
Con El día de la mudanza su autor, Pedro Badrán, se lanzó con el Premio Nacional de Novela Breve en Colombia gracias a este relato que narra cómo el traslado de vivienda para una familia se convirtió en un descenso a los infiernos.
Una obra en la que de la misma manera que conocemos profundamente los sentimientos que despierta en un padre y una madre, así como sus dos hijos, una mudanza, no sabemos apenas ningún dato de ellos tales como sus nombres -excepto el de sus dos retoños, Agustín y Camila- ni sus apariencias, es decir, Badrán prescinde de los elementos físicos y más superficiales para contextualizarlos, ya que prefiere ahondar en las emociones e incluso en las que los propios objetos que pueblan la casa parecen causar.
Tras fracasar en los negocios, el cabeza de familia se ve en la tesitura de trasladar a su prole a un barrio y una casa mucho más modestos. Hasta este momento gozaban de un estatus social que les permitía mantener incluso a una criada y una niñera, sus paredes y muebles estaban engalanados de costosos elementos decorativos y además la señora se podía dar el lujo de coleccionar carísimas joyas. Pero tras esta negativa situación, estas circunstancias se ven truncadas, y el cambio de lugar también implica un salto en la escala social que impera en Colombia. A partir de este momento, la pérdida de privilegios se ve íntimamente relacionada con la pérdida de afecto hacia el progenitor y con el desmoronamiento psicológico de su mujer. Para ello, el apego a los enseres que atesoraba en su anterior alojamiento parece ser su razón de vivir, el significado del estilo que vida que siempre ha ambicionado; al tener que prescindir de ellos, prescinde de querer vivir, y también de la posición que ostentaba, dando paso a la vergüenza. En definitiva, el hecho de verse obligados a mudarse al extrarradio implica un perjuicio para sus cuatro personalidades: ahora se transmutan en seres absolutamente diferentes, incluso algunos de los objetos que les acompañan en su nueva vida.
Todos estos hecho se con fletan con los primeros escarceos sexuales y el despertar al mundo de los adultos de la hija adolescente –aunque se sepa muy bien porque conforman la última parte del libro- en el que arrastra esa pérdida de confianza que provoca la merma, en este caso, material, y por tanto la diferenciación en el escalafón social.
El escritor colombiano realiza en El día de la mudanza una feroz crítica a la sociedad de las apariencias, donde el materialismo y el consumismo lideran las relaciones humanas con un estilo que destaca el soberbio juego de tiempos verbales. Así, invita a cada uno de los integrantes del clan a narrar con su voz y bajo su perspectiva la desmembración de su propia familia tras la pérdida de su condición social, que implica en consecuencia la pérdida de todos los privilegios que se identificaban con una clase alta. Sin embargo, en ningún momento se habla del amor, de la relación personal de afecto que existió o perdura entre ellos, simplemente queda un poso amargo en el que recrear el resentimiento hacia un padre y un marido que no supo proteger económicamente a su estirpe como debía.
Una novela nostálgica que se empeña una y otra vez en volver a los recuerdos –fundamentalmente materiales y entre los que cabe destacar la ausencia de afectos- que rodearon a una familia durante tiempos pasados y más esplendorosos, como si se tratase del repaso a un viejo álbum de fotografías. Para ellos, su vida verdadera era áquella en la que disfrutaban de todas las comodidades, de la presente sólo mencionan la vergüenza y el malestar que les provoca, porque no es el lugar al que pertenecen, es sólo una existencia mediocre que ha desembocado en una generalizada infelicidad.