editorial periférica

12 abril 2008

PROYECTOS DE PASADO en ABC

Miguel Sánchez-Ostiz reseña hoy Proyectos de pasado, de Ana Blandiana, en el suplemento de ABC:

La literatura rumana actual, y la pasada también, es una gran desconocida, en lamedida en que, por ejemplo, Crai de Curtea Veche, de Caragiale hijo, o esa joya de Ion Peltz, Calea Vacaresti, no están publicadas en castellano, por no hablar del ciclo Orbitor de Cartarescu. De hecho, no todo lo que se publica,más en beneficio del editor y del traductor que de los lectores, es de verdad interesante y representativo de lo que se escribe hoy en Rumanía. En el país de los ciegos, el tuerto es rey, y el capricho y la cuquería del yo-te-doy-tú-me-das, mandan.
Hay una generación de autores rumanos vigorosos, de gran capacidad de invención literaria y ambición intelectual (importa poco el género, como lo prueba el ensayo de Viorica Patea, la traductora) que, como Ana Blandiana (1942), y también más jóvenes, conocieron y padecieron en edades diferentes la dictadura comunista y la ominosa y demente era Ceaucescu, y han de contarlo.
Ana Blandiana, en los relatos reunidos en Proyectos de pasado (1982), tiene el enorme talento, y el coraje, de relatar a través de unos «cuentos fantásticos», de una belleza formal indiscutible, lo que era la vida cotidiana bajo la tiranía de Ceaucescu; algo más que un mero exorcismo personal: la precariedad de la vida cotidiana, el miedo a las delaciones, el miedo a secas, la falta de libertad, las deportaciones...
Los relatos de Blandiana se mueven entre lo fantástico, una forma de narrar que tiene deslumbrantes raíces rumanas, y la crónica o alegato fiscal de quien ejerce el derecho urgente de reclamar que el paso del tiempo no absuelva el oprobio padecido por las víctimas de un régimen totalitario de perfiles claramente psicopáticos –de hecho, es necesario hablar de la psiquiatría oficial como cómplice de la represión–. Para pruebas de la riqueza de la literatura rumana: Ana Blandiana, grande, un regalo que emociona y conmueve sin remedio.

YURI HERRERA entrevistado en CAMBIO 16

Natalio Blanco entrevistaba hace unos días a Yuri Herrera en la revista semanal Cambio 16:

Publicada en su México natal en 2004 y ahora en
España por Periférica, Trabajos del reino nos acerca al mundo del narcotráfico a través de la mirada de un compositor de corridos con un lenguaje dotado de una fuerza ejemplar y un lirismo sorprendente.


Licenciado en Ciencias Políticas y en Creación Literaria por la Universidad de Texas y editor de una revista literaria, Yuri Herrera consiguió hace unos años deslumbrar a sus compatriotas con esta novela, un sutil y evocador canto contra el brutal mundo del narcotráfico mexicano. Tiene claro que mientras el discurso oficial siga hablando de las drogas como si el problema se fuera a acabar con encarcelamientos masivos no servirá de mucho la lucha hasta que no se reconozca que esta realidad es un problema de salud pública y un fiel reflejo de la demanda insaciable de un mercado inmenso. Con Trabajos del reino, su primera novela, la crítica de su país no ahorró elogios por la fuerza narrativa de su estilo. ¿Qué acogida espera de este libro en su presentación en España?
Aunque las reseñas del libro en México fueron positivas, la novela
no tuvo mucha repercusión. Sé que existe en España un creciente interés por este tema y que la literatura latinoamericana tiene cada vez más lectores en la Península. Espero que Trabajos del reino encuentre un público más amplio, sobre todo de la mano de una editorial como Periférica, que en tan poco tiempo ha ganado mucho prestigio.

El protagonista de la novela, un compositor de narcocorridos nos desvela la ‘vida palaciega’ de un cártel del narcotráfico. ¿Hay que ser, de alguna manera, tan valiente como uno de estos compositores para recrear este mundo brutal en una novela?
No. Aunque sí me informé exhaustivamente acerca de este mundo, no tuve contacto directo con los grandes capos del narcotráfico. El libro no tiene pretensiones realistas, ni puede considerarse una representación fiel de la vida en el ámbito del tráfico de drogas. Más bien ese mundo es el escenario a través del cual me propuse elaborar sobre las relaciones entre el arte y el poder. Las anécdotas del narcotráfico, el registro lingüístico fronterizo, el paisaje, son la materia con que está construida la novela, pero no se refiere a personajes específicos o a eventos concretos, a diferencia de lo que hacen los corridistas, que sí recuperan los acontecimientos cotidianos de este fenómeno.

¿Ha llegado a recibir algún tipo de amenazas tras su publicación?
Es curioso que me pregunte esto. Cada vez que “ejecutan” (por usar la palabra utilizada por la prensa en México para referirse a estos asesinatos) a un artista relacionado con el narcotráfico, algún amigo me llama para preguntarme si no me pone nervioso esto. Pero, como decía, la novela no describe las prácticas de ninguna persona concreta, es más como una fábula que echa mano del imaginario del narcotráfico, sin concentrarse en un solo hecho. Ignoro si los capos del negocio de las drogas leen novelas, pero ésta, al menos, aparentemente no forma parte de su biblioteca.

Con su novela podemos palpar que el Bien y el Mal conviven en un estrecho habitáculo con imprevisibles consecuencias. ¿Es así la realidad o aún peor?
La convivencia a la que hace referencia está presente no sólo en el universo del narcotráfico. Uno de los objetivos de la novela es ilustrar la complejidad de las reacciones que tienen los individuos frente al poder. La faceta oscura del poder, así como la fascinación que los hombres poderosos producen en muchos, es bien visible en los capos del narcotráfico, pero esta convivencia del bien y el mal se da en todos los ámbitos en que los hombres acumulan poder. Supongo
que la realidad es mucho peor de lo que se describe en la novela, sobre todo porque el poder político y el poder empresarial no muestran claramente esa otra faceta, y, a diferencia de lo que sucede con los delincuentes, estamos predispuestos a confiar en políticos y empresarios como si pertenecieran a una esfera intocada por el mal. No estoy diciendo que nuestros senadores o los hombres de negocios sean lo mismo que los narcotraficantes, sólo señalo que la acumulación de poder puede conducir, independientemente de las prácticas gracias a las cuales se haya conseguido ese poder, a la misma locura que es tan visible en el caso de los criminales.

¿Son los cantantes de narcocorridos de los pocos que se atreven en su país a denunciar una realidad tan lacerante y a la que casi nadie le intenta poner freno?
No. En primer lugar hay que decir que hay tanta diversidad entre los cantantes de corridos como entre los escritores o periodistas. Algunos denuncian, otros hacen apología de ciertos personajes, otros intentan dar cuenta de su realidad de manera objetiva. Por otro lado, hay una gran cantidad de periodistas que han pagado con su vida el haber difundido los negocios de los narcotraficantes, o los nexos de estos con los políticos, el ejército o el gran capital. Un caso ejemplar, aunque no el único, es el semanario Zeta, de Tijuana, que desde hace años ha sobrevivido bajo el acoso de los narcotraficantes y sus empleados en el gobierno, y cuyos reporteros frecuentemente deben realizar su trabajo protegidos por escoltas. Quisiera añadir algo más: sí hay un intento de los gobiernos estatales y del gobierno federal por poner un freno a este fenómeno, pero sus resultados son magros, y continuarán siéndolo en la medida en que el enfoque se reduzca a un enfrentamiento militar. La “guerra contra las drogas” es un eufemismo que encubre nuestra incapacidad para entender este fenómeno en todas sus aristas. El discurso oficial habla de las drogas como si se tratara de un demonio en estado de pureza, y como si el problema se fuera a acabar con encarcelamientos masivos, cuando la realidad es que es un problema de salud pública, y es también reflejo de la demanda insaciable de un mercado inmenso; mientras esa demanda no disminuya, no importa a cuántos capos se enjuicie, el negocio persistirá. Por último la estrategia actual del combate al narcotráfico deja de lado el hecho de que en diversas sociedades se han encontrado maneras de lidiar con las drogas que no se limitan a la prohibición. El tema exige una discusión mucho más profunda que la que se ha dado hasta ahora.

CARLOS LABBÉ entrevistado en QUIMERA

Roberto Valencia entrevista a Carlos Labbé en el último número de Quimera:

Una de las sorpresas del año pasado fue Navidad y matanza, del chileno Carlos Labbé. Se trata de una novela que plantea varios desafíos al lector. Personajes que cambian de identidad, planos metaliterarios que se imbrican formando una maraña de ficción y realidad, una atmósfera amenazadora que evoca las películas de David Lynch... son muchos los valores de un texto que aparece en las listas de lo mejor del 2007. Este año se publicará también su novela Locuela, en la misma editorial.

¿Te han pedido muchas veces que expliques Navidad y Matanza?
Poco me han preguntado sobre el significado de nacer y ser muerto, sobre escribir en el tiempo de dos misterios entre los cuales los capítulos fingen calma, como un relato de una novela que no quiere ser pasajera sólo puede ser convencional si su principio y su final son inenarrables. De lo que sí me han pedido hablar es del proceso de escritura colectiva de Navidad y Matanza, y lo cierto es que con siete amigos planeamos reproducir la experiencia del Oulipo pero terminé yo solo, haciendo una novela sobre mi adolescencia, lo cual cobra sentido si nos acordamos de que para Queneau la restricción antecede a la creación, que un niño a los trece años está en un corsé que se llama cuerpo, y el cuerpo de un hombre de trece en un corsé que se llama niño. Adolescencia también es una cualidad de las novelas que buscan su propia forma literaria, así que agradezco cada vez que me preguntan de eso, porque el tiempo pasa si uno se hace sabio para no olvidar que la adultez es otra estación más.


En tu novela aparecen varios escritores que, al narrar, mezclan su ficción con su realidad. ¿Te inspiraste en La vida breve de Onetti?
Claro que sí, además de La vida instrucciones de uso, La vida simplemente –del escritor costumbrista chileno Óscar Castro, que nació a pocos kilómetros de los pueblos de Navidad y Matanza– y La vida está en otra parte: son novelas de aprendizaje de un autor que termina siendo su propio personaje, castigado así. Y redimido de su soberbia. Más que sobre artificios narrativos, habría que preguntarse por qué pareciera que no hay consecuencias en la identidad del autor, del narrador y de sus personajes luego de terminada una novela. La idea de que escribir es algo demasiado limpio –clínicamente esterilizados, hablamos mediante teclas que accionan signos sobre una pantalla luminosa, ya no en un montón de papeles manchados con tinta que la propia mano va ensuciando, que se vuelan con el viento y caen en la chimenea– me provoca un vértigo, me dan ganas de vomitarme a mí mismo sobre una página, preso de una alucinación provocada por el delirium tremens del escritor higiénico.

En la novela la narración progresa a la vez que el desconcierto en el lector sobre la identidad de los personajes y la propia materia narrativa. ¿Es posible contar una historia que se está desintegrando mientras avanza?
Sí. Es posible y también necesario si lo que se quiere es dejar de narrar para entretener, para malgastar el tiempo, para hacerse rico, para sentirse satisfecho o para ejercer algún tipo de poder no dicho sobre otros que no cuentan historias. El misticismo sufí, Rabelais, Ovidio y el silencio anterior al Génesis ya hablaron de un cuerpo que se somete a su propio envejecimiento, que toma conciencia de que estar con otros –leer– es desgastarse, porque sin esa ruina no hay manera de morir y cambiar de cuerpo durante esta vida. Como vemos cada semana en los estrenos de Hollywood, la narración occidental se ha convertido en una piedra muy grande que está a punto de caernos encima: es la piedra de la conformidad. Se hace necesario que el narrador, que el personaje, que la historia misma no salgan indemnes de un libro porque finalmente la intensidad del impacto de dos subjetividades –y cientos de ellas, en las voces que resuenan en el lector y el escritor– otorga relevancia a la literatura.

Me fascina eso que les haces a algunos personajes, obligándoles a transformarse en otros o a haciéndoles adoptar otras identidades (como en Carretera perdida, de David Lynch, o en Orlando, de Virginia Woolf). ¿Crees que recursos como éste no han sido suficientemente explotados en un ámbito creativo, la literatura, que ofrece al escritor toda la libertad? O, por decirlo de otro modo, ¿deberíamos estar a estas alturas más acostumbrados a este tipo de estrategias narrativas?
Creo que el psicoanálisis fue racionalizado en extremo por las mejores novelas de principios del siglo XX, que no querían alejarse de la Viena imperial ni sacarse la ropa de encaje aunque dijeran lo contrario. Difícilmente nos sorprenden los recovecos de la memoria, las voces enciclopédicas, los dobleces esquizofrénicos de las novelas contemporáneas que reescriben a Proust, a Faulkner, a Joyce, en cambio Chesterton –como Woolf, Bloy y Borges– es inimitable: era diferente su cara si miraba al cielo, a la izquierda, a la derecha o al ombligo en el momento de anotar Las metamorfosis, el Asno de oro, a Kafka, y eso se nota en la extrema corporalidad de sus narradores. Borges es un autor tontamente clasificado como inteligente, como demasiado mental, cuando sus juegos de referencias son la supuración verbal de un cuerpo que se mira con asco, como Fogwill sostiene en Help a él, su libre interpretación de “El Aleph”. Y David Lynch, bueno: se nos olvida que Lynch practica la meditación trascendental.

Uno de los temas de tu novela es la desaparición. ¿Crees que tu novela es una metáfora sobre este asunto?
No es una metáfora sino una alegoría en el sentido medieval del término, aunque por supuesto el Medioevo es otra alegoría, la de un tiempo incomprensible, espejo del nuestro: las cosas ocurren en el campo y en el nombre de Dios. Una metáfora que se refiera a cualquier desaparición –la del significado lingüístico, la de un ser querido, la de los glaciares del sur de Chile, la del cuerpo del adversario político de las personas que nos gobiernan, la de los dodos– es inexacta, porque implica una confianza en que entre dos términos, lo representado y aquello que lo representa, haya una equivalencia y una posibilidad de reciprocidad, en cambio el acto de desvanecerse es hondo, asimétrico e inexpresable. En mi novela, la casa de los Vivar se vuelve temible cuando Bruno y Alicia desaparecen, lo mismo el laboratorio cuando Sábado escapa, y sin embargo no son espacios intercambiables sino que posibilitan un tercer lugar, el vacío y la melancolía desde donde narra el periodista.

¿Sería pertinente hoy día desde el punto de vista estético redactar una ficción explícita sobre los desaparecidos por Pinochet?
No creo que una ficción explícita sobre los detenidos desaparecidos sea posible, ni tampoco necesaria; ya hay dos informes redactados por encargo de los gobiernos posteriores, describen torturas y muertes con detalles tan escabrosos que nadie es capaz de leerlos, así que se han convertido en una fantasía colectiva ilegible, aceptada en su contenido pero no en su forma, exactamente como el trauma de un niño. Hay también novelas como las de Germán Marín, de Diamela Eltit, El mocho de Donoso, Nocturno de Chile de Bolaño. Si uno se fija, se trata de textos proclives a imágenes torcidas, a narradores de sintaxis particular y párrafos de mucha enumeración. Sin embargo, el rasgo principal es la necesidad de silencio, la necesaria capacidad de sostener una alegoría. Creo que la ficción más explícita de este asunto es 2666, donde no hay una sola alusión al caso: su raíz es tan compleja que quien diga que unos militares o unos comunistas se volvieron locos el año 1973 no tiene idea.

Entonces, ¿cualquier literatura que se proponga abordar un tema social o político debe, si quiere resultar solvente, mirarse en el espejo distorsionador del arte?
Prefiero referirme a motivos, sobre todo al motivo musical que da coherencia a una composición, que te hace volver sobre una figura que no tiene nada que ver con el contenido aunque resuena en todo el espectro de las posibilidades humanas. Para mí la literatura es más cercana a la música que a la sociología, porque empieza en el verbo y termina en un lugar difícil de decir, en cambio la política parte de los acuerdos de palabra y termina ahí mismo, en la retórica y -hoy por hoy- en la publicidad. Aunque es impensable una literatura que no sea social, porque sólo ocurre en el encuentro de un lector y un texto de alguien más, es una de las pocas disciplinas eminentemente interiores: no hay que mirarse en el espejo distorsionador del arte, sino -con Carroll- sumergirse en su superficie como un clavadista que se lanza tan rápido que se deja a sí mismo y al público esperando, al mismo tiempo que bracea, que se contempla a sí mismo mientras se hunde en las profundidades.

PROYECTOS DE PASADO en LA LINTERNA, de la COPE

La responsable de libros del programa de la COPE La linterna, Sagrario Fernández Prieto, recomendaba hace unos días los Proyectos de pasado de Ana Blandiana, nuestro último título. Puede escucharse en este enlace:
http://www.lalinterna.com/index.php/la-linterna/leer-mas/proyectos_de_pasado/

TRABAJOS DEL REINO en GARA

En Mugalari, suplemento del diario vasco Gara, se publicaba hace unos días esta reseña de Trabajos del reino, firmada por Pedro Tellería y titulada "Cantar al Rey maldito":

Conozco la existencia de los narcocorridos gracias a dos fuentes: un programa de Radio 3 y la última novela de Pérez-Reverte. Por eso me llamó la atención Trabajos del reino, la novela de Yuri Herrera, un mexicano que ha desarrollado su carrera académica a ambos lados de la frontera y que en 2004 publicó este libro que relata la historia del Artista, un cantante de cuyas cualidades queda prendado el Rey –a saber, el líder de un clan mexicano dedicado a los negocios sucios–. Puede imaginar el lector, por esos nombres, que no estamos ante un relato realista al uso, sino frente a un interesante híbrido literario que destaca por varias virtudes. Por un lado, Herrera adopta registros en principio muy alejados de la historia contada, porque Trabajos… destila desde la primera página un aroma que mezcla cuento infantil y teatro clásico anglosajón. Rechazando jugar la carta del realismo, Herrera sorprende construyendo su historia a modo de fábula gracias a tres recursos: personajes sin nombre propio (el Rey, la Bruja, el Periodista, etc.), espacio sin identidad definida (es una Corte por donde deambulan los personajes como en un drama de Shakespeare) y tiempo difuminado (tan sólo algunas referencias actuales para anclar la historia). Por otro lado, Herrera emplea un lenguaje que se separa del estándar castellano en muchas ocasiones. Adoptando giros y palabras de aquellas tierras, el texto se aleja del lector creando ese efecto de extrañamiento que tantas veces sentimos por estas latitudes cuando accedemos a literatura latinoamericana. Su estilo se completa con recursos que se remontan al Siglo de Oro y con cierta musicalidad implícita en la prosa que se adecúa perfectamente a la historia de un cantante de corridos. Esto último engarza con el tercer acierto de la novela. Trabajos… es un metacorrido en prosa que narra la historia del Artista, un tipo de la calle a quien el azar lo lleva a conocer las disputas e intrigas del cártel cuyo Rey lo contrata para cantar su vida y milagros. Ello le permite aprender las miserias de la Corte y extraer su propia enseñanza. Lo anterior da pie a hablar de los aciertos temáticos de la obra, que también los tiene. La breve novela de Herrera plantea de forma muy sutil un antiguo debate que hoy día sigue, si cabe, más vigente que nunca. ¿Qué relación hay entre arte y política? ¿Puede un artista sentirse libre y a la vez cantar al poderoso, aunque sea ilegal, y cobrar de él? Si bien en la novela no queda del todo claro quiénes son los enemigos del Rey (el Orden, otro clan o el Heredero) ni quiénes lo vencen, Herrera pone sobre el papel los elementos necesarios para que el lector, en el más puro estilo de la novela picaresca, dude de la integridad de todos (protagonista incluido) sin que por parte del autor asome huella alguna de dogmatismo.
Buena primera novela Trabajos del reino. Equilibrada en fondo y estilo, trufada de hallazgos formales e incitando a una reflexión que el lector debe completar. La frontera es un espacio que sigue dando excelentes resultados literarios. Bien sea desde el norte –No es país para viejos (Cormac McCarthy)– como desde el sur o desde la misma raya, la mezcla explosiva de violencia, pobreza y corrupción está inspirando historias que enseñan al lector mucho sobre la condición humana cuando está al límite.

EL CUADERNO ROJO y SOBRE ARTE Y LITERATURA en HERALDO DE ARAGÓN

El escritor y crítico José Giménez Corbatón firmaba este último jueves en el suplemento del Heraldo de Aragón la reseña "Francia: escritura y vida", dedicada a Sobre arte y literatura y El cuaderno rojo:

Imposible resumir en una reseña la importancia de Joseph Joubert y de Benjamin Constant, dos autores en lengua francesa (el segundo había nacido en Lausanne) a caballo entre los siglos XVIII y XIX, de vital interés para calar en las profundas transformaciones estéticas y morales que se producen en una época convulsa, preñada de formulaciones renovadas, de esperanzas y de dudas.
Joubert conoció a los Ilustrados –trabajó para Diderot-, apoyó la revolución y después la abandonó, incapaz de someterse a la inevitable deriva, una violencia que ofuscaba su gusto natural por la moderación, la generosidad y el análisis ponderado. Chateaubriand, que se benefició de su amistad y que, tras la muerte de su amigo, fue el primero en hacer irradiar sus cuadernos, lo definía como “un egoísta que sólo se preocupaba de los demás”. Más tarde Joubert ocuparía algún puesto oficial con el Imperio. La Restauración lo apartó de la vida pública y se consagró a sus amigos y a una vida intelectualmente muy rica, pero sumida en lo apacible. Nunca aceptó ser publicado. Pero sus cuadernos íntimos ocupan miles de páginas, y la posteridad ha editado diferentes versiones, a menudo agrupando los breves textos –muchos casi aforísticos- por temas. Es la opción adoptada por la editorial Periférica. Ha elegido fragmentos en torno a dos campos, el del arte y el de la literatura. Pero, por encima de todo, Joubert es un moralista y un esteta. Su estilo es límpido, cadencioso, exacto, y no descuida nunca la belleza expresiva. Basta con abrir cualquier página al azar para quedar subyugado: “Evita comprar un libro cerrado” – “El gran inconveniente de nuestros libros nuevos es el de impedirnos leer los libros antiguos” – “El final de una obra debe hacer recordar siempre el comienzo” – “Cuando se escribe con facilidad siempre se cree contar con más talento del que se tiene” – “No puede hallarse poesía en ningún lado cuando no se lleva dentro” – “Es imposible volvernos instruidos si sólo leemos lo que nos gusta”.

De Benjamin Constant, el autor de Adolphe, se ha dicho que vivió tantas vidas que todas fueron un fracaso, y que el mayor acierto lo constituyó su entierro, al comienzo del gobierno de Louis-Philippe, en 1830, pues el féretro que conducía sus restos se vio acompañado por una densa manifestación popular. Más allá de sus posiciones políticas, algunas reaccionarias, otras teñidas de modernidad, deambuló por media Europa y no dejó nunca de sufrir el acecho de los acreedores. Amante de las mujeres, del juego, de la inconstancia, de un “dejarse llevar” por los acontecimientos, vivió intensamente: solía llamarse a sí mismo el “inconstante Constant”. El relato de sus años juveniles que contiene este Cuaderno rojo es un prodigio de sinceridad, de desapego interior y de gracia. No puede ser de otro modo en alguien que reconocía la dificultad de entenderse a sí mismo, que confesaba mantenerse vivo por educación, o que escribía en su Diario el 1 de diciembre de 1805: “Parece como si cada vez que tengo una impresión, fuera para tener al día siguiente justo la contraria”.

06 abril 2008

PROYECTOS DE PASADO en PÚBLICO

Una de nuestras apuestas para esta primavera, en la que celebramos dos años de vida de Periférica (abril 2006-abril 2008), es un libro de relatos mítico (inédito en español pero traducido a numerosas lenguas) publicado por primera vez en 1982: Proyectos de pasado. Su autora, Ana Blandiana, nacida en Rumanía, es una de las escritoras más importantes de la literatura europea actual. Firmaba la reseña el crítico Antonio Jiménez Morato, bajo el título "Proyectos de pasado, cuentos de largo alcance" y el subtítulo "No conocíamos nada de Ana Blandiana, pero ya deseamos leer lo próximo":

Cada uno de los cuentos de Ana Blandiana nos obliga a cuestionar no y a las ideas preconcebidas sobre este género o nuestra concepción del mundo, sino la función y la necesidad mismas de la escritura y la palabra.

En síntesis
Los invitados a una boda son detenidos y exiliados en diversos páramos de la geografía rumana donde aprenden a sobrevivir. Un delfín muerto escucha, varado en la playa, cómo unos hombres y niños dudan de su autenticidad. Una profesora universitaria decide criar pollos en su casa para evitar las colas de racionamiento y el hombre que la abastece de miel le vende a buen precio una docena de huevos. Los estupendos cuentos del libro cuestionan la oposición entre ficción y realidad.

El autor
Otilia Valeria Coman vivió, a través de la condena y muerte de su padre, las injusticias de una dictadura. Se le negó el derecho a estudiar en la universidad por ser la hija de un "enemigo del pueblo". Adoptó como apellido el nombre del pueblo de su madre y, con tan sólo veintidós años, publicó su primer libro de poemas. Viajera infatigable, como periodista -participó en el Mayo francés-, en los años setenta fue hostigada por la censura, que llegó a confiscar todos sus libros. También su labor lírica ha sido internacionalmente reconocida.

La cita
"Al fin y al cabo, el hombre más rico del mundo no es el que más come o el que mejor viste, sino aquel que puede hacerlo en todo momento"

Comentario
La sorpresa no llama dos veces
Una de las realidades más terribles que nos enseña la historia es que, frente a la fugacidad del presente y la rigidez del futuro, tan sólo el pasado puede transformarse.
¿Hasta qué punto nuestra vida no es más que una continua reformulación de nuestro pasado? Los cuentos de Ana Blandiana giran en torno a esa hipótesis, a la pertinaz sospecha de haber cometido una falta, un error, que estamos obligados a purgar de un modo u otro. El castigo que se les impone, paradójicamente, les protege de sus vecinos, les da tiempo y excusa para desarrollar una estricta supervivencia, un día a día ajeno a las presiones de la sociedad.
¿Hasta que punto estamos preparados para asimilar la irrupción de lo extraordinario en nuestra vida cotidiana? En "Aves voladoras para el consumo" -posiblemente uno de los relatos más bellos que he leído-, donde una profesora universitaria se ve sorprendida por el nacimiento de una docena de ángeles empollados en su terraza sin intuir lo que realmente eran, se plantea la necesidad de la ficción y la imaginación para hacer frente a las situaciones más duras de la existencia.
La aparición de lo fantástico en estos textos subvierte los tópicos a que estamos acostumbrados, en lugar de una brecha inquietante en la lógica causal aparece como un rayo de esperanza, una oportunidad para algo mejor. Quizá porque la orpresiva realidad de la dictadura que persiguió a la autora invertía los términos habituales. Y ahora la gran pregunta:
¿Cómo es posible que hayamos permanecido tanto tiempo sin la literatura de Blandiana?.


LA POLILLA Y LA HERRUMBRE en EL PAÍS

Luis Matías López reseñaba ayer La polilla y la herrumbre en las páginas de Babelia, suplemento de El País:

Amor, matrimonio y dinero. Sin esta trilogía, no existiría buena parte de la novela inglesa de los siglos XVIII y XIX. Incluso de parte del XX. Especialmente la escrita por mujeres. Singularmente la de Jane Austen. Particularmente (y basta ya de adverbios en mente), La polilla y la herrumbre, de Mary Cholmondeley, escrita ya en 1912, pero que debe mucho a esa tradición.
Periférica -un sello artesanal consagrado al rescate de joyas antiguas y la promoción de valores nuevos- saca del desván, publicándola por vez primera en castellano, una obra redonda, de composición clásica, lenguaje ajustado, mínima ironía, crítica social que emana espontáneamente de la trama y un desenlace, tal vez un tanto apresurado, pero que deja las cosas en su sitio, algo parecido a un final de feliz con el que se presta un último servicio al lector y se le quita cierto mal sabor de boca.
La polilla y la herrumbre trata, por supuesto, de amor, matrimonio y dinero, como Emma o como Orgullo y prejuicio. Y como ambas, pese al siglo que las separa, trata también de los límites que no se deben cruzar: los que imponen la verdad, la decencia y la coherencia personal. “Siempre me fascinaron libros como La polilla y la herrumbre”, decía Virginia Wolf, “porque sus mujeres tenían todas algo de las mujeres reales que yo me encontraba cuando salía de mi ambiente”. Evidentemente, ella no tenía un horizonte vital marcado por la búsqueda de un “marido conveniente”, aunque lo tuvo, y bien que la protegió con frecuencia de ella misma.
En 1912, la sociedad aún imponía a las mujeres ajustados corsés, pero poco a poco (y sólo una minoría) iban ejercitando la posibilidad de rebelarse, aún corriendo el peor de los riesgos: convertirse en unas solteronas. Las dos protagonistas de esta deliciosa obra de Mary Chalmondeley optan por la rebelión: en un caso (la más joven, la más pasiva), por algo tan simple como ser fiel a una amiga, pese a los problemas y los amargos descubrimientos que ello le supone; la no tan joven, cercana a la “fatídica frontera”, porque no quiere que exista ni la menor sombra de duda de que su amor es auténtico y desinteresado. Da la impresión de que sólo ellas, generosas, creen realmente en la admonición con la que se abre el libro y que le da título: “No acumuléis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban”.
Alrededor de ambas (ingenua la una, sofisticada la otra, coherentes las dos), hay todo un universo de intereses creados, de ambiciones personales, de ansias de ascenso en la escala de las clases, de codicia y ambición, de envidias y rencores que podrían considerarse como retrato de un entorno social que, unos años más tarde, iba a verse sacudido por la Primera Guerra Mundial, la revolución bolchevique y otras convulsiones. Iba empezar en realidad, con unos años de retraso (y ya nada volvería a ser igual), el “siglo corto”, el XX, cuyo final se adelantó a 1989, cuando se derrumbó el muro de Berlín.

Luis Matías López

LA NIEVE en ABC

"Reminiscencias goetheanas" se titula la reseña de La nieve que firmaba ayer sábado Pablo d'Ors en las páginas de ABCD las letras y las artes, suplemento cultural del diario ABC:

He disfrutado mucho de la lectura de esta novela, tanto por el primor con que está escrita como por el tema de fondo, que más que las aventuras de salón, más o menos decadentes, que relata, es el de la nostalgia del pueblo alemán por todo lo italiano, símbolo de cultura y luminosidad. En cada página de esta narración late ese inconfundible y germánico gusto por Italia que Goethe, con quien la autora de La nieve estuvo relacionada, quiso imponer e impuso a sus connacionales.
La nieve, publicada por primera vez en 1825, es un ejercicio de estilo. Johanna Schopenhauer (1766-1838), de quien hoy nada se sabría de no haber sido la madre del célebre filósofo, muestra en ella no sólo su consumado oficio, sino algo que, sin temor a exagerar, calificaría de talento. Muchos de los episodios, sin ser trepidantes, tienen ese marchamo que impulsa a seguir leyendo. La escenografía, por otra parte, crea atmósfera (en particular la de los Alpes); y poco importa que, como se nos advierte en la introducción, la trama y hasta los personajes no sean sino trasposiciones, más o menos sublimadas, de la experiencia de la escritora, aficionada a reunir a la crema y nata artística de su tiempo en su propia casa. Una mirada crítica diría que todas las figuras son estereotipos más o menos acartonados, en particular los dos amantes: Marie y Viktor. Ella es la desdichada y bella extranjera, proveniente del norte, como no podía ser menos. Él: un jovencito enamorado del arte y de la belleza, exaltado y soñador: un nuevo Werther, es obvio.
Pero también el conde hace díptico con Viktor: el primero -más viejo- representa la responsabilidad y el deber, quedando para el segundo -casi un adolescente-, el ideal y la libertad. Sin embargo, si se acepta la impronta romántica del relato, y si el lector se prepara para el trágico desenlace que, en esta lógica, era de esperar, la historia funciona y, lo que es más importante, deja imágenes en el hondón. Merecen leerse con tanto detenimiento (o más) que la propia novela los textos de Luis Fernando Moreno Claros, que Periférica nos ofrece inteligentemente como aperitivo y postre al gran plato de la ficción. El relato que ahí leemos sobre las turbulentas relaciones entre la madre escritora y su hijo, Arthur Schopenhauer (1788-1861), es colosal; y hasta ha llegado a tentarme como posible argumento de novela.

Pablo d'Ors

HELP A ÉL en EL CULTURAL de EL MUNDO

Ernesto Calabuig reseñaba esta semana, en El Cultural de El Mundo, Help a él:

Fogwill (Buenos Aires, 1941) aparece a menudo mencionado en la nómina de mejores autores argentinos contemporáneos. Debería figurar también en lo más alto de una hipotética lista de autores inclasificables y escurridizos. Su modo de escribir, tan poderoso y fascinante como cínico, destemplado y de vuelta de todo, produce efectos contradictorios en quienes lo leen. Tal vez por eso Borges prefirió comentar sólo su gran conocimiento de cigarrillos y automóviles. Precisamente es Help a él un reverso borgiano. Desde su título (otro modo de combinar las letras de "El Aleph") hasta el personaje de Vera Ortiz Beti, reverso de la Beatriz Viterbo de Ficciones.
Help a él relata la peripecia de un periodista que, al recibir la noticia de la muerte de una antigua amiga y amante, visita la finca del padre de la chica e inicia allí un extraño intento de recuperación de la mujer perdida, abandonándose, en su vieja habitación, a una distorsión mental inducida por las muchas drogas, fumadas o bebidas, que consume: es un “viaje” alucinado -y magistralmente detallado- hacia la hiperpercepción (que no hacia la lucidez). En este campo minado, de alta carga erótica, sexo duro y hasta sadomasoquismo, se convocará y hará aparición el fantasma-realidad de Vera. El “héroe” se jugará la vida, literalmente, en ese límite entre realidad y delirio. Help es un texto extraño y salvaje, una novela corta de golpe seco y sin florituras, acerca de lo demoniaco y el afán autodestructivo. También en el listado de narradores que nunca dejan indiferentes, figura, y muy arriba, Fogwill.

HELP A ÉL en DIARIO VASCO

Felipe Juaristi firmaba esta reseña de Help a él, titulada "Apellido", en el Diario Vasco:

Él se llama Rodolfo Enrique Fogwill, pero firma únicamente Fogwill, porque prefiere el apellido, breve, sonoro y extraño, al nombre compuesto o descompuesto) en dos. Es argentino, algo que en su caso hay que señalar, porque no se concibe esta obra sin "El Aleph". Ambos títulos tienen las mismas
letras. Help a él funciona como si fuese una imagen, la imagen distorsionada, ciertamente, de "El Aleph". El autor se enfrenta a Borges en el espejo; y si no lo anula, al menos, lo intenta. Se llama «parricidio» al asesinato del padre. No olvidemos que Edipo, figura señera y clave para entender el psicoanálisis, al menos en su vertiente freudiana, mató a su padre. Según algunas interpretaciones, no carentes de sentido, la vida, al igual que la literatura, su representación gráfica, no es más que el sutil y lento intento de ejecutar al padre; y de equivocarse. Son palabras suyas, que en parte suscribo: «Para escribir hay que ser un gran mentiroso». En literatura, verdad y mentira se deslizan por el mismo terreno y, al final, acaban confundiéndose.
En Help a él se incluye, además, una breve obra titulada «El arte de la novela». En ambas está latente la guerra de las Malvinas, tema que el autor desarrolló con profusión en Los pichiciegos, pero que también es un texto para comprender el sentido teórico de la obra de Fogwill. Cuenta una historia y, a su vez, cuenta cómo nos está contando la historia que nos está contando como nos está contando. Novela experimental o simplemente juego, es difícil saberlo.
Help a él es otra cosa. Es un texto duro, no sólo en el sentido moral que pueda adoptar el termino, sino también en el literario, por el uso y abuso de la elipsis que hace el autor. Es la historia de Vera Ortiz Beti, muerta trágicamente; una historia de amor y de sexo salvaje, de drogas, sangre y mierda, en el sentido literal. La escritura de Fogwill es hipnótica y cadenciosa. No es una prosa fácil de digerir, por la cantidad de digresiones y reflejos del pensamiento, actos y artilugios de la imaginación, que acompañan en su ritmo y cadencia a las palabras. Pero es, asimismo, una prosa efectiva, que llega a inquietar y a revolver la conciencia del lector. Es lo que busca, supongo.

TRABAJOS DEL REINO en EL FARO DE MURCIA

El Faro de Murcia publicaba hace unos días esta reseña, sin firma, de Trabajos del reino, titulada "Extraordinaria primera novela de un escritor con fuerza y vigor insólitos":

Breve como el tiempo que tarda la vida en abandonar un cuerpo acribillado a tiros; dolorosa como la muerte de una madre; aguerrida como esas notas que acompañan viriles voces que entonan las gestas de los caballeros de la muerte, en los corridos mexicanos; adusta como el gesto del verdugo; fría como la mirada del acusador; lasciva como las culebrinas de las jóvenes ávidas de sensaciones y peligros; esquivas como los ojos del que huye; densa como el sudor del condenado; estruendosa como un disparo... Yuri Herrera irrumpe en la lucha literaria con el fresco de una realidad incómoda. Narra en estos Trabajos del reino la vida cotidiana de los narcotraficantes en su país natal y, con una audacia excepcional, extrae la épica de sus criaturas para mostrarlas desnudas, frágiles, vulnerables pero, a la vez, implacables. No cae el escritor en la tentación del panfleto ni en la crítica fácil, ni mucho menos en el alegato teórico. Esta novela es auténtica pólvora, es dolor, humor, realidad y muerte. Una forma tremenda de sumarse al club literario, pero una forma de demostrar la valentía, el rigor y la grandeza de un hombre comprometido.

EL CUADERNO ROJO en SUR

María Teresa Lezcano firmaba haca unas semanas esta reseña de El cuaderno rojo en las páginas del periódico malagueño Sur:

Inconstantemente Constant
Benjamin Constant nació en 1767 en Lausana, descendiente de una familia de refugiados hugonotes. Debido a la profesión de su padre, coronel en un regimiento suizo al servicio
de Holanda, durante su infancia y su adolescencia recorrió toda Europa y terminó sus estudios en las universidades de Nuremberg y de Edimburgo. Tras una primera juventud viajera, tanto desde el punto de vista geográfico como amoroso, conoció a Germaine de Staël, a la que describiría como «la persona más célebre de nuestro siglo por sus escritos y por su conversación, yo nunca había visto nada igual en el mundo y me enamoré locamente», y con la que se instalaría en París. Este encuentro fue decisivo, no sólo sentimentalmente sino también profesionalmente, ya que le impulsaría a iniciarse en la política activa y a perfeccionar su talento literario, gracias a un enriquecedor intercambio
intelectual que los convertiría en una de las parejas más famosas de la época.
Escritor comprometido y paradójicamente inclinado hacia un liberalismo anglosajón, Constant propuso el comercio entre las naciones modernas como alternativa a las guerras. Su poder de convicción en las filas de la oposición liberal de izquierdas, conocidas como ‘independientes’, le valdría en Francia la reputación de orador más elocuente de la cámara de los diputados. Escribió numerosos ensayos políticos y filosóficos, y sólo tres obras de narrativa: Adolphe, El cuaderno rojo y Cécile, éstas dos últimas publicadas de manera póstuma.

En contradicción
El cuaderno rojo es el relato biográfico de los primeros veinte años de Benjamin Constant. En este diario, inicialmente titulado Mi vida y rebautizado por su heredera en el momento de su publicación, el autor se nos desvela como un personaje cuya personalidad, de tener que ser resumida con una sola palabra lo sería con la de ‘contradictoria’.
Es precisamente esta contradicción, absoluta, magnífica, la que convierte estas memorias de juventud en una obra no sólo intemporal en su fondo sino de una sorprendente modernidad en la forma: el romanticismo teñido de fatalidad, tan característico de su tiempo, se engarza sutilmente con una necesidad de libertad intelectual y moral, y Constant podría haber sido Casanova si hubiese nacido en Venecia en lugar de hacerlo en Suiza.
Su empeño por contrarrestar un aburrimiento existencial, que podría parecer una pose artística si el realismo no impregnara cada uno de los párrafos del libro, es una marea cuyos excesos lanzan al joven Benjamin hacia acantilados consistentes en salones mundanos en los que, mientras se sumerge en conversaciones cultas y en galanteos de cortesía, se enamora irracionalmente y proyecta suicidios implausibles.
A medida que vamos desgajando las experiencias de Constant, configuramos frase a frase la radiografía de su arraigada contradicción: el esteta perseguido por sus deudas de juego; el ser indeciso, a menudo hasta la pusilanimidad; el amante apasionado e infiel; el caprichoso compulsivo capaz de derrochar una parte esencial de su reducido peculio en comprar dos perros y un mono (con éste último no tardó en pelearse, teniendo en cuenta la trayectoria de Constant, probablemente por incompatibilidad de caracteres y de contradicciones, y lo devolvió a la tienda de animales donde se lo cambiaron por un tercer perro); el descarado optimista asaltado por la certeza de que nada de lo que haga será nunca irrevocable; el escéptico que pone su inteligencia al servicio de su propio egoísmo; el analista de la psicología ajena cuyo genio literario aflora desde el subsuelo de su propia neurosis con brotes de ironía cultivada en invernaderos parisinos... En resumen, y tal y como él mismo se describiría a lo largo de su vida, «Constant, el inconstante».
Si esta obra ha trascendido el tiempo, envejeciendo sin degenerar en una vieja piel ininteligible, y alcanzando el clasicismo sin por ello perder la llama de su modernidad cronológica, tal vez habría que atribuir un diez por ciento del mérito al azar, cuyas implicaciones en asuntos de esta índole nunca hay que desestimar, ya que ha permitido que se cumplan las premisas necesarias para que El cuaderno rojo no se extravíe, como tantos otros textos, camino de la mortalidad literaria.

Notas precursoras

El noventa por ciento restante le corresponde por méritos propios al autor: existe en la redacción de este diario una cadencia casi musical, que sin embargo no corresponde a las composiciones de su época sino que construye sus notas precursoras en la nuestra, creando un augurio de rythm and blues, de funk y hasta de rap literario, que se rompe y se reconstruye constantemente bajo la inconstante batuta de Constant: «He hecho trescientas leguas para cenar contigo; llego sin un céntimo, invítame, agasájame, bebamos juntos, agradécemelo y préstame dinero para volver». (Oh, oui.)

María Teresa Lezcano

EL CUADERNO ROJO en EL PERIÓDICO DE EXTREMADURA

Liborio Barrera firmaba esta reseña de El cuaderno rojo ("libro de la semana") en El Periódico de Extremadura:

Benjamin Constant cumple 20 años. Es un joven díscolo, inconformista, inquieto. Quiere seguir las recomendaciones de su padre; pero le desobedece constantemente. Mejor que no se entere, piensa Constant, de lo que hace. Se enamora y sufre mal de amores. Galantea, escribe cartas, viaja. Va de un lado a otro de Europa. En un arrebato decide largarse a Inglaterra. Consigue algo de dinero. Recuerda su inglés de Edimburgo y se sirve de él para comunicarse. Su recorrido por tierras británicas es una sucesión de desdichas cotidianas (lluvias, caballos flacos de transporte, interminables caminatas a pie), pero a la vez de disfrute. No se amilana Constant ante los inconvenientes. Al final acaba en Suiza. Tiene 20 años. Fin de trayecto. Hasta ese momento llega El cuaderno rojo, las memorias de juventud que el escritor suizo escribió en 1811, a los 44 años, y que la editorial extremeña Periférica pone de nuevo en manos de los lectores.
El mundo de Constant no es el mundo de hoy, y esta es una de las primeras impresiones que deja la lectura de El cuaderno rojo. No hay más que comparar las actitudes del adolescente Constant, sus maneras de desenvolverse ante los demás, sus decisiones precipitadamente adultas con las de cierta juventud de hoy.
En pocos años, el joven europeo se prepara para ingresar en el mundo adulto y atraviesa rápidamente las etapas de formación, se enfrenta a desengaños,experimenta la amistad, el amor. Y lo hace a las puertas de uno de los momentos más convulsos que vivirá Europa. Es inminente el estallido de la Revolución Francesa (por la que él posteriormente apostaría), pero la Historia atraviesa por debajo de estas páginas como el suelo que pisa su autor.

EL CUADERNO ROJO en ROCKDELUX

En el número de marzo de la revista Rockdelux se ocupaba Juan Cervera de El cuaderno rojo. Con estas palabras:

Nuevo y delicioso clásico por cortesía de Periférica, ejemplar en su empeño por ofrecer algo (bastante) más que la novedad de turno. El suizo Constant (1887-1830), trotamundos inquieto y amante voraz, apuntó brevemente en El cuaderno rojo la experiencia vital de sus primeras veinte primaveras en este mundo, las comprendidas entre 1767 y 1787. Escapadas por media Europa (con Inglaterra a la cabeza), aventuras de romanticismo extremo, rebeldía juvenil y picardía con pasión. Un librito efervescente y divertido que sigue tan pimpante (o más) como cuando se editó por primera vez en 1907. Michael Winterbottom podría hacer con él una estupenda segunda parte de su genial Tristram Shandy.

SOBRE ARTE Y LITERATURA en LETRAS LIBRES

También Letras Libres publicó reseña de Sobre arte y literatura. Fue en marzo, y la firmaba Javier Ozón:

Joseph Joubert es un caso insólito en las letras francesas: nacido en 1754, en la pequeña aldea de Montignac, a los catorce años se desplazó a Tolouse para estudiar en el colegio de los Padres Doctrinarios, en donde con el tiempo sería nombrado instructor. En 1778, impelido por su vocación literaria, se trasladó a París. Allí conoció a d’Alembert y Diderot –con quien llegó a intimar– y también a Louis de Fontanes. Espíritu librepensador, ateo y anticlerical, recibió con alborozo el estallido de la Revolución y más tarde ocupó, durante un breve intervalo de tiempo, el cargo de juez de paz de Montignac. Recién comenzado el siglo XIX, Joubert trabó amistad con Chateaubriand –que acababa de regresar de su exilio londinense– merced a Fontanes y fue partícipe de la pequeña comunidad de escritores y artistas conocida posteriormente como “Grupo de Chateaubriand”. A partir de 1806, tras la creación de la Universidad Imperial, desempeñó el cargo de Inspector General de Universidades y también el de Consejero, puesto del que sería depuesto tras la abdicación de Napoleón. Murió en París en 1824, después de haberse convertido resignadamente en un hombre creyente, monárquico y conservador.
Lo más asombroso de Joubert, con todo, no es su biografía sino su fama póstuma dentro del Olimpo de la literatura francesa, hecho insólito si se considera que no publicó nada en vida. En efecto, Luis Eduardo Rivera -responsable tanto de la presente edición como de esa otra joya de la editorial Periférica titulada Pensamientos y rivarolianas de Antoine de Rivarol– nos informa en el prólogo que encabeza el libro de que, en el momento de su muerte, “Joubert no había publicado un solo libro, ni dejó nada para publicar”. Todo lo que legó a la posteridad se redujo a sus papeles personales, más de nueve mil páginas, “rescatados del olvido gracias a la devoción de su esposa y de sus amigos”. Y así fue: catorce años después de su muerte, Chateaubriand publicó a instancias de la viuda de Joubert una selección de esas notas manuscritas bajo el título de Recueil des Pensées de M. Joubert, lo que le garantizó –no obstante tratarse de una edición no venal dirigida a los círculos íntimos del autor– un lugar de honor en las letras francesas. Algo que, por otro lado, no debería extrañarnos si convenimos con Rivera en que los aforismos de Joubert constituyen una de las “reflexiones más sutiles y coherentes que haya producido hasta hoy el pensamiento francés”, además de una suerte de tratado literario cuya fecunda originalidad convierte a su autor en un “precursor del pensamiento estético contemporáneo”.
Dada su escasísima obra, parece natural que Joubert no haya gozado de apenas difusión en nuestro país. Hasta la fecha sólo podía encontrarse una edición de Carlos Pujol de 1995 –reimpresa en el 2002– además de una traducción al catalán de 1918 (debida principalmente a Eugeni d’Ors), a las que se vendría a sumar ahora este pequeño volumen, publicado por Periférica bajo el título de Sobre arte y literatura y que no es, a su vez, sino una selección del Recueil des Pensées que Chateaubriand publicó en 1838. En esta nueva edición el criterio, tal y como subraya el propio título, ha sido simple: se han escogido aquellos pensamientos que discurrían sobre arte y literatura; pequeños párrafos superpuestos sin una solución de continuidad aparente pero que presentan, no obstante, una indiscutible unidad de conjunto.
El libro está compuesto, así, por pequeñas píldoras que versan principalmente sobre el arte de escribir y que han sido escritas con una exactitud de pensamiento, una elegancia de estilo y un encanto dignos de las mejores páginas de Schopenhauer y también de Thomas de Quincey, de los Pensamientos de Leopardi e incluso de algunos de los más memorables párrafos de William Hazzlitt, Voltaire o Diderot. Uno se pregunta cómo un hombre así pudo resignarse al silencio editorial. Pero, en fin, se conoce que a las molestias necesarias para publicar un libro, Joubert prefirió los placeres del paseo, la lectura y la amistad. Sobre arte y literatura podría calificarse como la obra de un espíritu contemplativo que no llega a terminar nunca un libro pero que reflexiona incansablemente sobre el oficio de escribir. Y lo hace con tal rigor y lucidez, que al final uno tiene la sensación de haber comprendido esa reticencia suya a publicar sus palabras: debió de sufrir tantos escrúpulos que prefirió guardar silencio a incumplir los preceptos que trataba de atribuir al arte de la escritura.
A todas esas cualidades cabría, finalmente, sumar otra que no debe ser menoscabada; a saber, el indudable valor de la obra de Joubert como antídoto contra toda esa pléyade de pensadores galos de penúltima generación (Deleuze, Lipovetsky, Kristeva) que tantas horas nos han hecho perder tontamente con su afectada cháchara culturalista. Porque entre las muchas virtudes de Joubert, no es la menos importante la pasmosa claridad con que expresa pensamientos profundos, principio que rige toda su escritura y que queda asimismo reflejado en muchos de sus más significados aforismos: “Ciertos escritores se crean noches artificiales para dar un aspecto de profundidad a su superficie y más relumbre a sus luces mortecinas.”; “Los buenos libros filosóficos son los que exponen con claridad lo que es oscuro en el mundo, y para todo el mundo.”; y de remate “No hay peor cosa en el mundo que una obra mediocre que aparenta ser excelente.”
Bueno, pues he aquí justamente lo contrario: una obra de apariencia modesta pero riqueza incalculable, un hermosísimo conjunto de pensamientos que son además un prodigio de hondura, síntesis y elegancia. No se permitan perdérselos.


Javier Ozón

UN CLAVO EN EL CORAZÓN en LETRAS LIBRES

El crítico Roberto Valencia publicaba hace escasos meses esta reseña de Un clavo en el corazón en la revista Letras Libres:

Situar una novela en el siglo XIX no implica necesariamente ahogar al lector en las marismas de la retórica. Menos aún abrir la puerta a cañonazos, a palacios y al resto de las convenciones efectistas de la actual narrativa histórica. La mercadotecnia editorial ha creado el espejismo de que ya no es posible retrotraerse antes de 1945 para novelar desde las ideas. Pero libros como Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, permanecen incólumes, iluminando con su inagotable despliegue de consideraciones morales y con su prosa densa y bien trabada, a todo aquél que esté dispuesto a aventurarse en este género tan maltratado. Ignoro si Paulo José Miranda, portugués residente en EEUU, se encontraba al tanto del trabajo de la escritora belga y de otros a la hora de concebir esta obra, primera de una trilogía dedicada al acto creativo, pero a raíz de sus logros ha demostrado que el escenario no importa, y que, efectivamente, la ficción resplandece si se la aborda desde la atalaya del pensamiento.
Un clavo en el corazón es un texto de ficción que muestra la carta que Tiago da Silva Pereira le dirige al poeta Cesário Verde. Ambos personajes existieron y formaron parte del universo poético portugués del XIX. La misiva está redactada desde la admiración y la agonía: Da Silva se encuentra moribundo, y no desea partir sin ofrecerle a su amigo y admirado poeta un comentario sobre el último poema de éste, así como una serie de recomendaciones complementarias sobre el arte y la vida. De este artificio narrativo brotan los tres planos del libro, muy bien imbricados. El narrativo nos informa de la devoción de Da Silva por Verde, de los amores del propio Da Silva así como de un enredo que Verde ha mantenido con la hermana de éste. Sin embargo, Paulo José Miranda se abstiene de desarrollar estas tramas. Su verdadero interés se localiza en el despliegue de un segundo plano discursivo desde el que aborda, a través de la digresión, ciertos asuntos intelectuales. Es aquí donde se localiza el núcleo de la obra y donde ésta alcanza una brillantez inusitada. Conforme Da Silva, alter ego de Miranda, va escribiendo la carta, lanza distintas enunciaciones sobre ética y estética que arrojan luz sobre determinados aspectos del acto creativo. Las limitaciones que debe asumir un traductor en su trabajo, una metáfora brillante sobre el estilo poético y una definición de éste como agente disgregador de las tradiciones expresivas colectivas, una consideración sobre el antagonismo entre el filósofo y el poeta, el debate pre-Joyce sobre las limitaciones de la novela para combinar una representación eficaz de las interioridades del ser humano con el relato de sus acciones... Son muchas, y todas encuentran una formulación exquisita. Además, Da Silva vierte también otras consideraciones sobre temas menos específicos que, acorde con el tono del texto, presentan un matiz pesimista, casi resignado. Y, del mismo modo ocurre que con las anteriores, resulta delicioso paladearlas, porque es bastante cierto, por ejemplo, que la creación literaria precisa casi siempre del dolor y del aislamiento, y también que cuando alcanza la extraña recompensa de la genialidad, cosecha incomprensión. O que el amor distrae el espíritu porque al aliarse con la diversión desdeña el placer, que es una pulsión bastante más instructiva. Lo reseñable es que estos discursos no quedan huérfanos de una trabazón común, de una justificación, porque hay una orientación ideológica que les otorga coherencia: la reivindicación del clasicismo frente al romanticismo. En este terreno ideológico, Da Silva se muestra explícito en rechazar tanto las utopías políticas como los bríos sentimentales propios de esta corriente de pensamiento, porque generan falsas quimeras y ahogan el buen gusto poético con su desborde de magnificencias gratuitas. La contextualización de los sucesos que cuenta Da Silva en su carta queda resuelta con la creación de este tercer plano histórico, que resulta bien dibujado sin necesidad de recurrir a ninguna de las convenciones antes mencionadas -la reproducción superficial de habla y escenarios, etc.-. Basta con cuestionar este romanticismo tocado de muerte, con realizar una estratégica alusión a la Sintra que visitó Lord Byron, con hacer aparecer fugaz y pertinentemente a unos pocos personajes de la época para instalar al lector en este tiempo de cambio en el que transcurre la novela.

Su punto débil, sin embargo, reside en el empalago en que a veces cae la prosa. Este Da Silva que alecciona desde la admiración a su maestro dota a su escritura de un engolamiento algo cansino. Siendo un hombre de demostrada capacidad analítica, quizás le sentaría mejor un poco más de sujeción en sus afectos. Y, ya puestos, a lo mejor su estertor conforma un artificio dramático innecesario. Se ignora si responde a lo verídico de los acontecimientos, pero el texto posee tal fuerza discursiva, tal hondura literaria, que basta ese mínimo relato de los amoríos de los personajes para sujetar narrativamente el torrente de consideraciones teóricas que lo convierten en una novela ensayística o filosófica antes que histórica. Ahora bien, son imputaciones menores a una obra excelente, de la que están en marcha la traducción de sus continuaciones: Natureza morta y Vício, aparecidas originalmente en 1999 y 2001.
Roberto Valencia