editorial periférica

01 junio 2008

SIN FLORES NI CORONAS en LA VOZ DE GALICIA

Luís Pousa firmaba este reseña de Sin flores ni coronas en La Voz de Galicia el pasado 17 de mayo. El título era bien explícito: "Unas sobrecogedora crónica desde el epicentro del mal":

El mal ha sido desde siempre uno de los principales temas de los que se ha ocupado la literatura. Ahí están, por citar tan solo a uno de los grandes, las tragedias de Shakespeare, que bordó como pocos las andanzas de algunos inolvidables malvados (reales y de ficción). Pero hay un momento en la historia en que el mal alcanza la altura de lo absoluto. Ese mal absoluto se llama Auschwitz y lo que ocurrió allí, y en los otros campos de exterminio, ya solamente se puede contar desde el testimonio de los que lograron sobrevivir al horror infinito concienzudamente desatado por el nazismo y por la sociedad que lo nutrió. La ficción poco puede hacer ante la realidad de un abismo sin límites.
Porque, como han subrayado Camus y otros intelectuales, cuando hayan desaparecido los últimos testigos directos del Holocausto, únicamente nos podremos aferrar a textos como este sobrecogedor Sin flores ni coronas (editorial Periférica).
Con una prosa cruda, Odette Elina —judía y miembro de la Resistencia— relata en estas estremecedoras páginas su estancia en Auschwitz y cómo pudo ir sorteando los hornos crematorios, el hambre, el frío, la enfermedad y la locura. A partir de breves y contundentes fragmentos de texto e ilustraciones de la propia autora, el libro alza un devastador testimonio de la rutina en el epicentro de la barbarie humana: la lucha por la supervivencia y las relaciones con sus compañeras de barracón, el valor incalculable que un simple trozo de tela adquiría en aquel infierno, las labores cotidianas, su paso por la enfermería, o la llegada, finalmente, de los rusos al campo. Sin concesiones al morbo o al sentimentalismo, Odette Elina es capaz de contar en unas líneas hasta dónde puede llegar el horror: «Sería un día mucho más triste de lo que habíamos previsto. Debíamos conducir hasta Auschwitz cien carritos de bebé.
»Los había de todo tipo. Grandes, bajos, viejos, modernos, bonitos, pobres. Pero aún guardaban la tibieza de los bebés que habían cobijado y que acababan de ser quemados. [...]
»Para hacer aquel trayecto habían elegido a cien mujeres. [...]
»Cien mujeres tocaron el fondodel desamparo y de la desesperación».

Un testimonio demoledor.