editorial periférica

18 julio 2007

MI ABUELO en EL CORREO

"Recuerdos de familia" se titula la estupenda reseña de Mi abuelo que publica hoy el suplemento Territorios de El Correo de Bilbao. La firma Martínez Zarracina.

En 1978 George Perec publicó un libro titulado Me acuerdo. En él agrupaba más de cuatrocientas anotaciones breves que comenzaban con esas palabras: una colección de recuerdos aparentemente banal y sin embargo llena de una rara mezcla de verdad y poesía.
Las distintas ediciones de Me acuerdo suelen cerrarse con algunas páginas en blanco destinadas a que el lector escriba en ellas sus propias evocaciones. Todo el mundo tiene una memoria a su disposición y Perec demostró que para ponerla por escrito no hace falta emplear un gran habilidad literaria; basta con escoger unas pocas palabras sencillas. Eso es lo que hace la escritora y videoartista francesa Valérie Mréjen en Mi abuelo, completar su catálogo privado de recuerdos, muy especialmente los relacionados con su infancia. Rescatemos uno de ellos: «Cuando quería un beso, mi padre se tocaba la mejilla con un dedo».
Mréjen nació en París en 1969. Su madre estaba orgullosa de pertenecer a cierta clase social y pensaba que no era elegante que las mujeres fumasen en la calle. Su padre era un judío marroquí y confundía las copas de agua y las de vino. En su casa, junto a la chimenea, había dos grandes cuernos de marfil labrado; la mesa de la cocina era blanca con pegatinas de flores de colores. Su padre guardaba en un armario los calendarios que regalan en los restaurantes chinos. Su madre solía llamarles «pandilla desastre». Los recuerdos de Mréjen no son extraordinarios, o al menos no más extraordinarios que los de cualquiera; apenas un compendio de retratos de época, imágenes cotidianas y frases familiares. Por detrás, el paisaje urbano de los años setenta, con sus discos de vinilo, sus impermeables de plástico transparente y su papel estampado.
Pese a que en el libro hay lugar para el humor y la ternura, es imposible no atravesar el bosque de recuerdos de Mréjen sin sentirse atravesado por una punzada de tristeza. La estructura del texto es engañosa: parece simple y desordenada, pero en realidad esconde un seguro mecanismo de melancolía. Aproximadamente, el efecto es el mismo que el que provoca ver una vieja película familiar en la que sus protagonistas ya han muerto. Por mucho que ellos se estén riendo en la pantalla, a nosotrossiempre se nos congela un poco la sonrisa. Resulta curioso observar el modo en que la autora oscila entre el homenaje y el íntimo ajuste de cuentas. Una medida dosis de maldad salva al libro del blando costumbrismo. «Se daba el caso de exigir afecto con amenazas», escribe Mréjen. O «Si pierde la calma, después lamenta habernos dicho barbaridades. Sus palabras no dejan adivinar sus verdaderos pensamientos». Es este toque de crudeza el que consigue que el texto adquiera su particular tono de originalidad y verosimilitud. También la presencia de la muerte, que es abordada por la autora con frialdad, de un modo realista, sencillo, sin aspavientos. En los años setenta las familias seguían siendo infelices a su manera. Mi abuelo es una valiosa miniatura, un pequeño mosaico que refleja todo el amor, la gratitud y el resentimiento que cabe en cualquier familia.

Pablo Martínez Zarracina

17 julio 2007

SAIDE en MARIE CLAIRE

"Agarra la pipa y la lupa", así invita la ludoteca on line de la revista Marie Claire de verano a leer algunos títulos, entre ellos Saide, de Octavio Escobar Giraldo.
"En marie-claire.es nos colocamos las medias de seda, los tacones altos y el bombín para recomendar a nuestros lectores las mejores novedades en novela negra."

Enlace principal a la web y su presentación:
http://www.marie-claire.es/
Enlace al artículo:
http://www.marie-claire.es/index.php?option=com_content&task=view&id=184&Itemid=14

15 julio 2007

SAIDE en DIARIO DE SEVILLA e INFORMACIONES, de Huelva

"Fábula de Tierra Caliente", ese es el excelente título que Manuel Gregorio González ha elegido para titular su reseña de Saide en Diario de Sevilla, que aparece hoy domingo, como también en el periódico onubense Informaciones, del mismo grupo:

El género negro, tan denostado, tiene sin embargo un clima de trepidación humana, de vivisección en crudo, que la novela del XIX, por ejemplo, se olvidó de contarnos entre tanto suceso épico y los adulterios con faja de la señora Bovary. Quiere decirse, con perdón, que es la América de Poe, como ahora la de Escobar Giraldo, la que nos dice el tiempo de morir (El tiempo de los asesinos que cantaron, uno detrás de otro, Rimbaud y Henry Miller), y el asombroso tiempo de la vida, su faz multípara, en la que el hombre tiene más de pelele goyesco que de cabeza ilustrada, asomándose a la cuadriculación del mundo.
Es Valle-Inclán, en su Sonata de estío, antes que Carpentier, Asturias o Uslar Pietri, cuando anduvieron por el París vanguardista de primeros del XX, quien primero nos ofrece la americanía desnuda, la dulce y feroz devastación de la Naturaleza, erigida ya en diosa vertical y viva, que exige su antiquísimo óbolo de sangre. Pues bien, Escobar Giraldo, como Lowry, como Rulfo, trae a la actualidad el amistoso soplo de la muerte, considerada aquí (ay, lo carnavalesco, tan lejano), como una forma capital del existir humano, y nunca como una magnitud foránea, como brote esquizoide que medra, pujante, contra el bulto azaroso de lo vivo. Quizá, el mayor acierto de esta novela, Saide, es el que deviene de su propio nombre, o sea, el enigma femenino, la inquietud del sexo, el espasmo y la fe del hombre en un amor furtivo y entrevisto en lejanas piscinas. O dicho de otro modo: el viejo cherchez le femme, de nuestros sabios y pérfidos vecinos transpirenaicos. A lo cual se añade la irresolución, el misterio, la clara irrelevancia del sicario, cuando hemos perdido la brújula y el temblor del mundo. ¿A quién le importa la autoría del crimen, si el resultado es la orfandad, el vacío, la rigurosa planicie del averno? Aquellos que leyeron la Sonata de estío ya saben de la sed de la hembra, del bosque de los celos, de lo sagrado en armas, de la infinita violencia en la que yace el amor, así como en su oscuro gemelo: el sacrificio, la devoración, el apropiarse omnívoro del otro.
En Saide hay un vago cruce de narcos, especuladores e inquietos pederastas, cuyo resultado es la minuciosa estampa de un continente vivo (aquí tuvimos la España de Montalbán, sudorosa y urgente), por el que medran espectros armados y matarifes apáticos que cumplen su trabajo. No encontramos en Saide nada personal, salvo el brusco sobresalto del amor, de la vida, de la mujer soñada, que nos lleva a la valentía como nos lleva a la ambarina salvación del whisky. En cualquier caso, se trata de una novela inteligente, audaz, en taracea, de la que asoma un ser humano cínico y perdido, que halla su redención en el fugaz milagro de los cuerpos. Inevitable, pues, pensar en la tiránica y gloriosa Niña Chole de Valle, en el poder ominoso, atávico, fenomenal, de la mujer morena, cuando en Europa pervivía el mito de la ninfa rubia, clorótica y meditabunda, como una Ofelia dada a los cafés, dormida sobre el láudano. Pero es la tierra, el meteoro, las sangres sucesivas, lo que aquí se ofrece. Es la violencia como casualidad, como costumbre, y no como irregularidad burguesa, lo que Escobar Giraldo ha insinuado. ¿A esto se le llama posmodernidad, a la movilidad de tiempos y escenarios, a la alternancia de hombres, de temores y vidas, al fantasmal y vago deseo de un cuerpo extraño? Quién sabe.
En cuanto que novela negra, Saide tiene la rara cualidad del cataclismo, y la serena distancia de un vaticinio arcano. El hombre aquí es un ente arenoso que dobla su cerviz ante lo ignoto. El secreto, la cifra, la dulce concavidad del milagro, es siempre la curva insólita de una mujer, su milenaria fascinación, su fuego humano. En ese fuego, ay, querríamos consumirnos, y no en la zarza ardiente de los puros.

Manuel Gregorio González
Enlaces:

SAIDE en LEVANTE

Manuel Arranz firmaba el pasado viernes, en el diario valenciano Levante, esta reseña de nuestra "novela negra de verano" para 2007, Saide, de Octavio Escobar Giraldo: "Lo crudo y lo cocido", cuyo antetítulo decía "Entre lo policíaco y la crítica social":

No me gusta la novela negra. Tampoco me gusta la novela rosa, ni la histórica, ni la erótica, ni la gótica, ni siquiera la filosófica. No me gustan las novelas de ningún color. Lo que no quiere decir que no me gusten el erotismo, la historia o la filosofía, claro está, más bien al contrario. Pero a mí las novelas me gustan sin calificativos, crudas, como el pescado. Y no pienso congelarlas antes de cocinarlas y comérmelas. Si se me indigestan, mejor. Para eso las leo. De modo que con toda probabilidad yo no hubiera abierto nunca esta novela de no venir avalada por una pequeña y exquisita editorial que ya me ha proporcionado varias sorpresas. Y una vez más, ha valido la pena. Saide, novela del colombiano Octavio Escobar Giraldo, es una novela de hoy. Esto parece una perogrullada, incluso puede que lo sea, así que intentaré explicarme mejor, pues para la novela ser de hoy no es precisamente una buena recomendación, desde mi punto de vista. Lo que quiero decir en el fondo, es que el mundo, y con mundo me refiero naturalmente a las personas, hombres y mujeres, niños y ancianos, quizás también a los animales, aunque en esta novela salen poco, que lo habitan, y que la novela refleja, y digo refleja conscientemente, y no describe, o recrea, y ni siquiera pinta, es como para poner la carne de gallina a cualquiera. Y lo bueno del caso, o lo malo seguramente, es que no es para tanto. Sus personajes son personas normales y corrientes, con vidas y trabajos normales y corrientes, o que han llegado a serlo, que aman, odian y disfrutan de la vida de una forma normal y corriente, mienten y engañan, sobre todo a sí mismos, con toda normalidad, porque tampoco son muy inteligentes, y ni falta que les hace, cogen autobuses, dan paseos en lancha, viven en apartamentos infectos donde casi siempre hay un ventilador encendido, beben cerveza, comen mal, trasnochan, se emborrachan, deben un favor a alguien o alguien les debe un favor, tienen conversaciones paupérrimas, e ideas más paupérrimas todavía sobre lo que sucede a su alrededor, y así van tirando, en un mundo bastante pegajoso y maloliente, y no siempre a causa del calor. No sé, tal vez en esto consista la novela negra, ya les he dicho que no soy un experto en el género, pero yo estaría más tentado a considerar negro al mundo que refleja la novela. Eso sí, un mundo lleno de oportunidades, en el que un día usted puede hacerse millonario y al siguiente pueden pegarle un tiro. Aunque también pueden pegarle un tiro sin necesidad de que se haya hecho millonario. Les pondré un único ejemplo para que entiendan de lo que estoy intentando hablarles. Uno de los personajes
está hablando de los hombres que llegan cosidos a balazos a las urgencias de los hospitales, generalmente acompañados por una mujer histérica. Quien habla es un
médico, un poco corrupto también él, ya me entienden: «Yo creo que aman de verdad a ese hombre que conocieron hace dos semanas, al que se entregaron dos horas o dos
días después de que lo conocieran, borracho, animalizado, del que muchas veces se quedan embarazadas. Por eso gritan, por eso lloran cuando se los quita una bala. Tienen ensangrentado el vestido que les regaló para lucirlas en un bar (…) se abrazan al cuerpo inerte sin importarles que la minifalda se suba…». En fin, yo creo que la escena habla por sí sola. La originalidad de esta novela reside precisamente en que el autor no ha tenido que imaginar nada para escribirla, ni darse un garbeo por los bajos fondos, empaparse de códigos del hampa, ni nada parecido. Le ha bastado con leer los periódicos de su país y ver los telediarios. Ah, y tomarse una cerveza de cuando en cuando en el bar de la esquina mientras escucha las conversaciones de los clientes. Estremecedora, ya les digo, porque lo que cuenta sucede todos los días a nuestro alrededor con la mayor normalidad del mundo. Incluso se ha creado un premio Crónica Negra Colombiana para contarlo, que esta novela ganó por cierto en 1995… Disculpen, pero está entrando otra ambulancia.

Manuel Arranz

12 julio 2007

UN CLAVO EN EL CORAZÓN en ROCKDELUX

En el número de julio de la revista Rockdelux, Juan Cervera comenta Un clavo en el corazón de Paulo José Miranda: "La poesía, la muerte, el amor no correspondido: Un clavo en el corazón es una carta, extensa y delicada, dirigida a José Joaquim Cesário Verde, poeta luso (1855-1886) aniquilado por la tuberculosis. El portugués Paulo José Miranda (1965) embotella el aliento que une literatura y vida, romanticismo y ética, compromiso y belleza en una filigrana etérea y emotiva que es a la vez homenaje histórico y creación pura. Un deleite lento".

07 julio 2007

MI ABUELO en EL PAÍS

"El mundo grabado en Súper 8". Mejor título no podía haber para una reseña de la novela de Mréjen. La que firma hoy Javier Aparicio Maydeu en El País (suplemento Babelia), y cuya entradilla dice así:

Los años setenta franceses están en las páginas de Mi abuelo. En ellas, la escritora y videoartista Valérie Mréjen describe los enredos domésticos de su familia junto a la explosión de la nueva vida que invadía a su país. Una divertida novela fragmentada, al estilo de George Perec, que mezcla con ingenio ternura y mala uva.


Los años setenta franceses están en las páginas de Mi abuelo. En ellas, la escritora y videoartista Valérie Mréjen describe los enredos domésticos de su familia junto a la explosión de la nueva vida que invadía a su país. Una divertida novela fragmentada, al estilo de George Perec, que mezcla con ingenio ternura y mala uva. Como en el nuevo anuncio de Coca-Cola, Valérie Mréjen lleva a cabo en Mi abuelo (1999), especie-de-novelita-fragmentaria-a-la-manera-de-Je-me souviens-de George-Perec (pero sin la estructura conceptual del Oulipo detrás), un recorrido sentimental por la década de los setenta, en blanco y negro, con dibujos de Babar, cámaras Súper 8, libros ilustrados de la vida sexual, singles a 45 revoluciones y jerséis de pico con las extrañas siglas UCLA.
De forma simultánea, Mréjen retrata su infancia en una familia repleta de apodos, muebles-bar, promiscuidades sexuales de mamá con el vecino Baumé, recuerdos de la escuela y trajines y enredos domésticos más propios de un vodevil que de una familia burguesita de la Francia de fines de los sesenta. Mi abuelo, escrita en forma de ristras de párrafos como hizo Perec, troceando el recuerdo en líneas de texto que valen por fotografías atrapadas en un álbum desordenado, es un juego perverso con la propia infancia, un diario personal après la lettre al que se asoman los reproches del "pudo haber sido y no fue", y sobre todo un divertido ejercicio de impostación de voz con el que la narradora, como un ventrílocuo, se lo pasa en grande desdoblando su voz en el candor ingenuo de la niña que fue y en la ironía resabiada de la mujer en la que se ha convertido y que maneja el vehículo de la memoria que atraviesa su infancia. Sí, Mréjen imita la forma narrativa de Perec, y también su voluntad descriptiva, objetivista, escrutadora como la mirada de un adorable niño repelente, aunque sin alcanzar la obsesión ordenadora del autor de La vida instrucciones de uso.

Libro cómplice y de una ternura infinita, que en ocasiones, en cambio, mira de reojo al género de la educación sentimental y busca con sutileza y talante satírico sus puntos débiles, dibuja a un abuelo pasado de vueltas y whiskys, a un padre travieso y desapegado y a una mamá con faltas de ortografía que complicaba el lenguaje inexplicablemente ("mi madre decía a menudo 'digamos que' y yo entendía 'diga mosqué"). Bromas, espejos deformantes, cariño y mala uva a partes iguales, sátira de costumbres: ésta fue la primera novela de la videoartista y escritora Valérie Mréjen (París, 1969), coetánea de Amélie Nothomb, un divertimento provocador y cargado con pólvora al que se asoman los surrealistas, Le petit Nicolas de Sempé en versión evolucionada y los recuerdos de cualquier lector llevados por la calle del humor y de la amargura.

Javier Aparicio Maydeu

MI ABUELO en LEVANTE

"El aroma de las flores artificiales" se titula la reseña de Mi abuelo que firmaba ayer Manuel Arranz en Postdata, suplemento cultural del diario valenciano Levante:

Preciosa novela, hay que reconocer, ésta de Valérie Mréjen. No estoy seguro de que pudiera haberla escrito un hombre. Sí, ya sé que hay quien dice que la literatura no tiene sexo, pero yo no me lo creo. No me imagino a una mujer escribiendo como Hemingway, ni desde luego a Hemingway escribiendo una novela como ésta. Y que conste que no estoy hablando de sensibilidad. Aunque también. Pero puedo estar equivocado, claro.
Cuando se escribe, tan importante es lo que se cuenta como lo que no se cuenta. Y por supuesto la forma, la entonación, el momento. No, no estoy hablando de estilo, o al menos no sólo de estilo, estoy hablando de la novela, cuya función, si es que tiene alguna, cosa cada vez más dudosa, no se limita a recrear un mundo, una época, o una vida, aunque no tenga más remedio que hablar de ese mundo, esa época y esa vida. En el caso de Mi abuelo, esa época es la de las personas que hoy empiezan a ser abuelos, mira por dónde, cuya clave no está sólo en el mayo del 68, la generación beat, o la caída del muro de Berlín, ni siquiera de la música de los Beatles o la moda pop, sino en cosas más tangibles y materiales como el formica, el skay, las caravanas, las flores artificiales, el spray, los Bic, los restaurantes chinos, la enciclopedia de la vida sexual, las batas de boatiné, y dejo que usted continúe con la lista, seguro que acierta, no se olvide de las galerías comerciales. Pero hay más, mucho más. Una época no sólo se distingue por su parafernalia doméstica. Está también el lenguaje, los lugares comunes con que hombres y mujeres se identifican y se reconocen entre sí. Esa filosofía de andar por casa, en zapatillas por descontado, el chándal no es obligatorio, sólo aconsejable: «Mi paciencia tiene un límite; por mí que no quede; en el país de los ciegos el tuerto es el rey; nada es grave, sólo la muerte»; y aquí también dejo que usted continúe completando la lista. La verdad es que no sé por qué lo he llamado filosofía, pues los lugares comunes son casi una religión, posiblemente la religión con más fieles en el mundo. Y luego están las mujeres y los hombres que viven rodeados de todo eso, que pronuncian esas frases que son como sentencias, que se casan, tienen hijos, se divorcian, y se vuelven a casar, todo con mucha celebración de por medio, no es para menos. Y entonces a uno de esos hijos, una hija para ser exactos, le da por recordar todo aquello, y escribe una novela. No juzga ni acusa a nadie, tampoco ironiza sobre el pasado, el juicio y la ironía, si los hay, pertenecen a la historia, y esto es una novela, que es algo bastante más verídico que la historia que está continuamente reescribiéndose. Simplemente habla de su familia, una familia normal y corriente, de esas que sus miembros hablan poco entre sí y cuando hablan no se escuchan, de esas que se casan y se divorcian y se vuelven a casar, y dicen de cuando en cuando que «nada es grave, sólo la muerte», de lo más normal ya les digo. Recuerda sus frases que entonces no comprendía, las frases de los adultos son muchas veces enigmáticas incluso para ellos mismos (yo tampoco entendía que estuviera prohibido fijarse en los carteles, ¿para qué los ponían entonces?), sus manías, sus deseos, sus frustraciones, sus sueños, y consigue un hermoso libro, un hermosísimo y original libro, y un libro sin resentimiento, cosa poco habitual en el género. Yo creo que hasta podría considerarse como un homenaje indirecto y conmovedor a su familia, y, a través de ella, a toda una época. Por cierto muy bien traducido. No se lo pierdan. Ah, y no importa que no sean abuelos. También les gustará.

Manuel Arranz

MI ABUELO en el EP3 de EL PAÍS


La sección "puzzle" del suplemento de tendencias de El País, EP3, destacaba ayer viernes, bajo el título "Retrato de familia" ("Lo terrible y lo cotidiano saltando de línea en línea"), Mi abuelo:

"¿Hay algo más divertido, sórdido e influyente en la identidad que la familia? Valérie Mréjen, francesa de 38 años, escarba en sus recuerdos, que son también generacionales: canciones, marcas de ropa, prejuicios, creencias y la visión infantil intacta de las anécdotas familiares, entre ingenua y demoledora. Una novela atrevida y certera."

03 julio 2007

MI ABUELO en TENDENCIAS


La revista Tendencias, en su mes de julio, dedica uno de sus apartados de la sección "Sobre papel" a la novela de Valérie Mréjen con estas palabras: "Mi abuelo no es sólo una novela autobiográfica: es el retrato de una generación de finales de los 60. Sin embargo, Valérie Mréjen también es capaz de dibujar al mismo tiempo una familia francesa que no se entiende muy bien entre sí. De hecho, la unidad familiar es inquietantemente parecida a casi cualquier otra: no son felices ni infelices y tienen los mismos problemas que el resto. Secretos, mentiras y momentos entrañables forman parte de esta novela a partes iguales. Una obra francamente cómica pero con un cierto saber agridulce".

MI ABUELO en CALLE 20

En su número de julio Calle 20, la revista del diario gratuito 20 minutos, destaca, entre las lecturas del mes, Mi abuelo, de Valérie Mréjen:
"Pequeña delicia de mañana de sábado. La escritora ha trabajado recuerdos que recorren toda la familia (con el peligro de agriar la sombra que tal ejercicio supone). Las perlas absurdas que recorta de su memoria las presenta en un tono documental ingenuo, que, a pinceladas breves, perfilan lo que podría ser la primera parte de una autobiografía sin tragedias; el día a día de una familia insatisfecha con su familia".
No se podía decir más sobre este libro con menos palabras. Las de Peio Hernández Riaño, responsable de las páginas de literatura de Calle 20.