editorial periférica

06 abril 2008

LA POLILLA Y LA HERRUMBRE en EL PAÍS

Luis Matías López reseñaba ayer La polilla y la herrumbre en las páginas de Babelia, suplemento de El País:

Amor, matrimonio y dinero. Sin esta trilogía, no existiría buena parte de la novela inglesa de los siglos XVIII y XIX. Incluso de parte del XX. Especialmente la escrita por mujeres. Singularmente la de Jane Austen. Particularmente (y basta ya de adverbios en mente), La polilla y la herrumbre, de Mary Cholmondeley, escrita ya en 1912, pero que debe mucho a esa tradición.
Periférica -un sello artesanal consagrado al rescate de joyas antiguas y la promoción de valores nuevos- saca del desván, publicándola por vez primera en castellano, una obra redonda, de composición clásica, lenguaje ajustado, mínima ironía, crítica social que emana espontáneamente de la trama y un desenlace, tal vez un tanto apresurado, pero que deja las cosas en su sitio, algo parecido a un final de feliz con el que se presta un último servicio al lector y se le quita cierto mal sabor de boca.
La polilla y la herrumbre trata, por supuesto, de amor, matrimonio y dinero, como Emma o como Orgullo y prejuicio. Y como ambas, pese al siglo que las separa, trata también de los límites que no se deben cruzar: los que imponen la verdad, la decencia y la coherencia personal. “Siempre me fascinaron libros como La polilla y la herrumbre”, decía Virginia Wolf, “porque sus mujeres tenían todas algo de las mujeres reales que yo me encontraba cuando salía de mi ambiente”. Evidentemente, ella no tenía un horizonte vital marcado por la búsqueda de un “marido conveniente”, aunque lo tuvo, y bien que la protegió con frecuencia de ella misma.
En 1912, la sociedad aún imponía a las mujeres ajustados corsés, pero poco a poco (y sólo una minoría) iban ejercitando la posibilidad de rebelarse, aún corriendo el peor de los riesgos: convertirse en unas solteronas. Las dos protagonistas de esta deliciosa obra de Mary Chalmondeley optan por la rebelión: en un caso (la más joven, la más pasiva), por algo tan simple como ser fiel a una amiga, pese a los problemas y los amargos descubrimientos que ello le supone; la no tan joven, cercana a la “fatídica frontera”, porque no quiere que exista ni la menor sombra de duda de que su amor es auténtico y desinteresado. Da la impresión de que sólo ellas, generosas, creen realmente en la admonición con la que se abre el libro y que le da título: “No acumuléis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban”.
Alrededor de ambas (ingenua la una, sofisticada la otra, coherentes las dos), hay todo un universo de intereses creados, de ambiciones personales, de ansias de ascenso en la escala de las clases, de codicia y ambición, de envidias y rencores que podrían considerarse como retrato de un entorno social que, unos años más tarde, iba a verse sacudido por la Primera Guerra Mundial, la revolución bolchevique y otras convulsiones. Iba empezar en realidad, con unos años de retraso (y ya nada volvería a ser igual), el “siglo corto”, el XX, cuyo final se adelantó a 1989, cuando se derrumbó el muro de Berlín.

Luis Matías López