editorial periférica

06 abril 2008

EL CUADERNO ROJO en SUR

María Teresa Lezcano firmaba haca unas semanas esta reseña de El cuaderno rojo en las páginas del periódico malagueño Sur:

Inconstantemente Constant
Benjamin Constant nació en 1767 en Lausana, descendiente de una familia de refugiados hugonotes. Debido a la profesión de su padre, coronel en un regimiento suizo al servicio
de Holanda, durante su infancia y su adolescencia recorrió toda Europa y terminó sus estudios en las universidades de Nuremberg y de Edimburgo. Tras una primera juventud viajera, tanto desde el punto de vista geográfico como amoroso, conoció a Germaine de Staël, a la que describiría como «la persona más célebre de nuestro siglo por sus escritos y por su conversación, yo nunca había visto nada igual en el mundo y me enamoré locamente», y con la que se instalaría en París. Este encuentro fue decisivo, no sólo sentimentalmente sino también profesionalmente, ya que le impulsaría a iniciarse en la política activa y a perfeccionar su talento literario, gracias a un enriquecedor intercambio
intelectual que los convertiría en una de las parejas más famosas de la época.
Escritor comprometido y paradójicamente inclinado hacia un liberalismo anglosajón, Constant propuso el comercio entre las naciones modernas como alternativa a las guerras. Su poder de convicción en las filas de la oposición liberal de izquierdas, conocidas como ‘independientes’, le valdría en Francia la reputación de orador más elocuente de la cámara de los diputados. Escribió numerosos ensayos políticos y filosóficos, y sólo tres obras de narrativa: Adolphe, El cuaderno rojo y Cécile, éstas dos últimas publicadas de manera póstuma.

En contradicción
El cuaderno rojo es el relato biográfico de los primeros veinte años de Benjamin Constant. En este diario, inicialmente titulado Mi vida y rebautizado por su heredera en el momento de su publicación, el autor se nos desvela como un personaje cuya personalidad, de tener que ser resumida con una sola palabra lo sería con la de ‘contradictoria’.
Es precisamente esta contradicción, absoluta, magnífica, la que convierte estas memorias de juventud en una obra no sólo intemporal en su fondo sino de una sorprendente modernidad en la forma: el romanticismo teñido de fatalidad, tan característico de su tiempo, se engarza sutilmente con una necesidad de libertad intelectual y moral, y Constant podría haber sido Casanova si hubiese nacido en Venecia en lugar de hacerlo en Suiza.
Su empeño por contrarrestar un aburrimiento existencial, que podría parecer una pose artística si el realismo no impregnara cada uno de los párrafos del libro, es una marea cuyos excesos lanzan al joven Benjamin hacia acantilados consistentes en salones mundanos en los que, mientras se sumerge en conversaciones cultas y en galanteos de cortesía, se enamora irracionalmente y proyecta suicidios implausibles.
A medida que vamos desgajando las experiencias de Constant, configuramos frase a frase la radiografía de su arraigada contradicción: el esteta perseguido por sus deudas de juego; el ser indeciso, a menudo hasta la pusilanimidad; el amante apasionado e infiel; el caprichoso compulsivo capaz de derrochar una parte esencial de su reducido peculio en comprar dos perros y un mono (con éste último no tardó en pelearse, teniendo en cuenta la trayectoria de Constant, probablemente por incompatibilidad de caracteres y de contradicciones, y lo devolvió a la tienda de animales donde se lo cambiaron por un tercer perro); el descarado optimista asaltado por la certeza de que nada de lo que haga será nunca irrevocable; el escéptico que pone su inteligencia al servicio de su propio egoísmo; el analista de la psicología ajena cuyo genio literario aflora desde el subsuelo de su propia neurosis con brotes de ironía cultivada en invernaderos parisinos... En resumen, y tal y como él mismo se describiría a lo largo de su vida, «Constant, el inconstante».
Si esta obra ha trascendido el tiempo, envejeciendo sin degenerar en una vieja piel ininteligible, y alcanzando el clasicismo sin por ello perder la llama de su modernidad cronológica, tal vez habría que atribuir un diez por ciento del mérito al azar, cuyas implicaciones en asuntos de esta índole nunca hay que desestimar, ya que ha permitido que se cumplan las premisas necesarias para que El cuaderno rojo no se extravíe, como tantos otros textos, camino de la mortalidad literaria.

Notas precursoras

El noventa por ciento restante le corresponde por méritos propios al autor: existe en la redacción de este diario una cadencia casi musical, que sin embargo no corresponde a las composiciones de su época sino que construye sus notas precursoras en la nuestra, creando un augurio de rythm and blues, de funk y hasta de rap literario, que se rompe y se reconstruye constantemente bajo la inconstante batuta de Constant: «He hecho trescientas leguas para cenar contigo; llego sin un céntimo, invítame, agasájame, bebamos juntos, agradécemelo y préstame dinero para volver». (Oh, oui.)

María Teresa Lezcano