30 marzo 2008
TRABAJOS DEL REINO en TENDENCIAS

TRABAJOS DEL REINO en ONMADRID, "guía del ocio" de EL PAÍS

TRABAJOS DEL REINO en LA VERDAD de Murcia

"A un nuevo realismo mágico huele esta novela del mexicano Yuri Herrera. Puede que aquella lengua simbólica y dantesca no se perdiera nunca. Lobo, el Artista, el ojo que contempla la realidad del narcotráfico, es juez y la parte de un largo recorrido por los arrabales de la prostitución y la droga. El Rey es poderoso, ostenta su poder y reparte beneficios a quien se somete a sus caprichos. Quedan impunes las fechorías y los humillados claman en el desierto. Mujeres de Ciudad Juárez, por ejemplo, dicen sí cuando ven el cuchillo junto a sus gargantes. El amor es un anacronismo".
TRABAJOS DEL REINO en LA VOZ DE CÁDIZ

De vez en cuando al azar se le pone cara de rey mago o de fiesta sorpresa que nos alborota felizmente el tedio de los días en ruina. Ese dichoso azar obra su pequeño milagro en el mundo de la literatura escrita en español juntando en las mesas de novedades dos títulos de autores mexicanos especialmente estimulantes: Trabajos del reino, del novato Yuri Herrera (Actopan, 1970), publicada en España este año por la editorial extremeña Periférica, y Balas de plata, del veterano Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), último Premio Tusquets Editores de Novela.
Como en alguna de esas inconfesables películas de serie B -o peor- que inexplicablemente retiene nuestra memoria, estas dos novelas aparecen en el panorama literario a la manera de ese grupo de mariachis borrachos de tequila y de plomo que sacuden con sus gritos y disparos el silencio nocturno y las calles polvorientas de la formalidad literaria más aburrida.
A pesar del símil, el tono y las maneras nada tienen que ver con los tópicos que habitualmente se manejan sobre México, porque tanto Yuri Herrera como Élmer Mendoza tratan de echar un vistazo al México real, no al de cartón piedra de los estudios cinematográficos.
El México real
Tanto en Trabajos del reino como en Balas de plata puede detectar el lector un intento honesto de explicar qué es lo que está pasando de Chihuahua a Chiapas, y desde Sinaloa a Yucatán.
Sin caer en tópicos literarios -es decir, en fórmulas narrativas realistas muy trilladas- y reinventando géneros clásicos, las novelas de Yuri Herrera y Élmer Mendoza echan un vistazo a lo más duro y real de la sociedad mexicana del momento: el clientelismo y la violencia que se generan cuando quien debe ejercer el poder político y administrativo está supeditado a intereses mafiosos o, lo que es lo mismo, a la falta de escrúpulos de los narcos y sus guaruras.
La fabulación narrativa de las dos novelas que nos ocupan, y la efectividad y acierto con que la llevan a cabo sus autores, contribuye a que en ellas la literatura cumpla una de sus funciones esenciales: ordenar el caos, explicar lo complejo, asentar lo que está en el aire, comprender y atar los hilos sueltos de las tramas superficiales de la vida cotidiana.
Dimensión íntima
Pero, además de esto, Trabajos del reino y Balas de plata van un poco más allá del mero análisis sociológico. Yuri Herrera y Élmer Mendoza investigan las repercusiones más personales de un clima social como el del México actual, la dimensión más íntima de sus fenómenos, la de los individuos dentro de una realidad compleja, la de los vaivenes a los que éstos se exponen continuamente, la de sus decisiones y, en definitiva, la de su libertad, en caso de que ésta sea posible. Los individuos-protagonistas en cuestión se llaman Edgar, El Zurdo, Mendieta en Balas de plata: agente de la ley en proceso depresivo porque su chica lo abandonó y por algunos episodios de infancia, y Lobo -o El Artista- en Trabajos del reino, cantante al servicio de un narco, El Rey. A pesar de tratarse de personajes distintos en novelas de muy diferente factura -especialmente interesante la vuelta de tuerca al género policiaco en Balas de plata-, a ambos les une la exposición excesiva a las verdades del México real, es decir, a sus cloacas.
El zurdo
El Zurdo Mendieta, agente de la policía mexicana, quiere averiguar qué hay en el fondo de una serie de asesinatos que le ha tocado investigar, a pesar de que existen muchos intereses para no remover la tierra que sepulta a los muertos. Tirar de este hilo ensangrentado le reportará unas cuantas sorpresas, que enlazan a lo más granado de la sociedad mexicana con lo más bajo de la condición humana. A pesar de todo ello, a pesar de su incorruptibilidad, el Zurdo también tiene su precio, aunque este no se mida exactamente en pesos ni en dólares, sino en moneda íntima, en el valor bursátil de los desengaños cargados con las balas de plata de la traición. La cuestión que parece quedar en el aire en Balas de plata es que quizá cada uno elige sus motivos para corromperse. En manos del lector queda elegir cuál es la forma más lícita.
Lobo o el artista
En cuanto a Lobo, el protagonista de Trabajos del reino, hay que destacar la evolución del personaje dentro de la alegoría o metáfora con tintes medievales que monta Yuri Herrera para hablar de su México. Lobo es un buscavidas que se gana unos pesos cantando corridos por las cantinas. El discurrir de sus días cambiará radicalmente cuando coincide con el Rey, un narcotraficante poderoso, y este lo incluye en su Corte. Allí será el Artista que canta narcocorridos en alabanza de su señor. Las identidades dentro del Palacio y de la Corte se diluyen. En este territorio cada uno ha de renunciar a su libertad para "cumplir los trabajos del reino", como rezan los versos que compone y canta el Artista en la página 106 de la novela. Pero no todos están conformes con su papel y hay secretos que son difíciles de guardar. El orden medieval de la Corte inevitablemente desembocará en desorden y muerte.Una vez rotos los lazos cortesanos, el Artista recupera su identidad y Lobo volverá a ser dueño "de cada parte de sí, de sus palabras..." y de su nombre. A veces resulta muy cómodo que otros piensen por ti. Es fácil renunciar a tu identidad y a tus principios a cambio de protección y bienestar. Pero sabemos que esto tiene sus riesgos, que nada es gratis y que tarde o temprano alguien vendrá a reclamar los servicios prestados con intereses de demora desorbitados. Un país no puede vivir chantajeado, porque se le acumularán los encobijados en las cunetas. Un país ha de elegir entre perder su identidad o recuperar su libertad, su capacidad de decisión, como Lobo, el protagonista de Trabajos del reino.
TRABAJOS DEL REINO en EL PERIÓDICO MEDITERRÁNEO

TRABAJOS DEL REINO en LA PROVINCIA de Las Palmas

16 marzo 2008
TRABAJOS DEL REINO en LA RAZÓN

Desde su aparición, hace ya casi dos años, la editorial Periférica –una de esas pequeñas editoriales con vocación de resistirse a la actual obviedad de la ley de la oferta y la demanda literaria– ha ido construyendo un catálogo que demuestra que el criterio y rigor literarios, además de un arma eficaz para abrirse un hueco en el mercado, es capaz de hacerse con un público que se siente reconocido en la posibilidad de ser lectores menos complacidos y más exigentes.
Una de las líneas de este catálogo, que ha conseguido convertir el nombre de la editorial –Periférica– en una declaración de intenciones literarias, está dedicada a descubrir «propuestas audaces y sugerentes» de la narrativa actual, especialmente hispanoamericanas. Y sin duda lo es la novela que acaba de publicar: Trabajos del reino, del joven narrador mexicano Yuri Herrera.
Nada que ver
Digo que Trabajos del reino es audaz, de entrada, porque Yuri Herrera ha hecho una apuesta narrativa a contracorriente, tanto de la literatura hispanoamericana actual –al menos de la que aquí llega– más reconocida, como del modo habitual de los lectores de enfrentarnos a ella, al escoger un género literario clásico como la fábula –relegado hoy al ámbito juvenil, cuando desvirtuado y convertido en pseudocostumbrismo sentimental– para tratar un tema de una realidad tan contundente, compleja y conflictiva como es el narcotráfico en la frontera mexicana. Pero, sobre todo, y aquí es donde la audacia se vuelve provocativa sugerencia, porque esa elección se demuestra, a la larga, necesaria para poder mostrar, con la sencillez y ejemplaridad que caracteriza al género, el entramado de leyes, oscuros deseos y pequeñas pasiones que sustentan ese microcosmos empresarial y cortesano que es el mundo del narco.
La historia es sencilla: Lobo, un compositor de corridos de vida marginal, ve la posibilidad de acabar con una vida en espera de algún milagro, cuando se topa en una cantina con el Rey de un cártel al que le caerán en gracia sus canciones. Trasladado a su reino, y convertido en el Artista, comenzará a cumplir su oficio épico, mientras se dedica a observar una vida palaciega donde aparentemente reina una felicidad para él desconocida, pero bajo la que irá descubriendo las intrigas soterradas. Y así, al ritmo de un narcorrido, con un lenguaje de la calle y una mirada que sabe ir del lirismo a la dureza casi trágica, nos va cantando la historia del Rey, el Periodista, el Heredero, la Cualquiera, la Bruja o el Traidor, mientras nos va contando al tiempo la historia de su decepción.Dice el Artista que «el corrido no es nomás verdadero, es bonito y hace justicia» y esta poética narrativa cuenta bien cómo hay que leer Trabajos del reino, una novela que habla de un reino que es tan de este mundo que se vuelve difícil leerla tanto desde la ingenuidad como desde el escándalo. Lo único que cabe en Trabajos del reino es entender y conmoverse.
María José Gil Bonmatí
TRABAJOS DEL REINO en LAS PROVINCIAS de Las Palmas

09 marzo 2008
TRABAJOS DEL REINO en PÚBLICO

En síntesis
El Artista, un compositor de corridos, logra un hueco en la corte del Rey. Éste no es más que todo un jefe de un cártel de la droga, con la necesidad de difundir y popularizar sus hazañas y mitificar enlamemoria colectiva sus actos. Pero el Rey no cuenta con la fina mirada del Artista a la hora de contemplar, y mostar, la vida de palacio.
El autor
Fruto destacado del mestizaje actual de México, ese país que no olvida sus raíces, pero que mira siempre al norte, Yuri Herrera ha publicado tan sólo esta novela, por la que ha sido recibido como una realidad -nada de promesa- de la literatura mexicana actual. Está llamado a poner voz a la frontera del Río Grande.
La cita
"El Artista advirtió que la gente reparaba en él sólo cuando cantaba o cuando querían que alguien escuchara lo cabrones que eran."
Comentario
Esta novela nos entrega una certeza: la importancia del mito de generar una ficción que sobrevivirá a los recuerdos como fuentes de la Historia. Los mecanismos no han variado mucho desde el Renacimiento y el poder se sirve del arte para generar una imagen indulgente y satisfecha de sí mismo. Un libro único, cautivador.
08 marzo 2008
TRABAJOS DEL REINO en LEVANTE

Hace unos días, volví a leer una vez más, recuerdo perfectamente dónde pero no viene al caso, que el grado de civilización de un pueblo donde mejor se percibe es en su lenguaje, que la lengua no sólo expresa las ideas que se tienen, y las que no se tienen, por supuesto, sino el estado general de todas las facultades mentales y materiales. Y quien dice de un pueblo, dice de una sociedad, de una comunidad, de una familia, y, naturalmente, de un individuo. Yo creo que esto es incuestionable y aplicable perfectamente a la literatura. De manera que podemos aventurarnos a decir que el grado de civilización de un pueblo donde mejor se percibe es en su literatura. Pero dejemos, de momento, la literatura, y volvamos a la lengua que, como hemos dicho, refleja como ninguna otra cosa las facultades mentales y materiales de un pueblo. Si hiciera falta un ejemplo literario de esta hipótesis no literaria, lo tienen en esta espléndida novela del escritor mexicano Yuri Herrera, Trabajos del reino, que ilustra magistralmente esa teoría, y que sólo por eso sería ya merecedora de los mayores elogios.
Trabajos del reino, además de una primera novela, cosa que resulta asombrosa dada la madurez que demuestra y el indudable dominio del tempo del relato, es una especie de ejercicio estilístico logradísimo, aparentemente banal, pero yo sospecho que calculado en todos sus efectos. En otras palabras, una novela de una frescura inusual, sin las cargantes referencias literarias tan de moda hoy en día, que convierten la lectura en una carrera de obstáculos para llegar a ninguna parte. Una novela que ha sido galardonada con el premio de Novela Border of words / Frontera de palabras (Estados Unidos – México) de 2003, y acogida con auténtico, y comprensible, alborozo en México, que ojalá se repita en España, pues lo merece con creces.
Trabajos del reino cuenta una historia actual a la vez que intemporal. "La historia se cuenta sola, pero hay que animarla (…) uno agarra una o dos palabrasy las demás dan vueltas alrededor de ellas, así se sostiene". No hay más truco en este oficio dice su protagonista. Hay que animarla, así se sostiene la historia. No voy a decirles de qué historia se trata, pues no quiero aguarles la fiesta de la lectura, sólo les diré que yo nunca había oído contarla así, y que en ocasiones hasta tiene tintes shakespeareanos. No les digo más que la corte del rey del cártel del narcotráfico se parece mucho a la corte del rey de Dinamarca, que también allí algo huele a podrido, y que su Bruja se da un aire a Lady Macbeth, que si no llamó al rey maricón para empujarle a la venganza, fue sólo porque eran otros tiempos. Y por lo del lenguaje que hablábamos al principio, claro.
Manuel Arranz
TRABAJOS DEL REINO en XL SEMANAL

TRABAJOS DEL REINO en LA NUEVA ESPAÑA y LA OPINIÓN DE LA CORUÑA

TRABAJOS DEL REINO en EL CORREO de Bilbao

TRABAJOS DEL REINO en IDEAL de Granada

TRABAJOS DEL REINO en DIARIO DE MALLORCA

SOBRE ARTE Y LITERATURA en MERCURIO

"Siempre me he imaginado a los amantes de la literatura, me refiero a los auténticos, insobornables amantes de la literatura, pasándose aforismos de Joseph Joubert por debajo de la mesa, casi con el mismo secretismo que un camello abasteciendo a su cliente. Y es que, a lo largo de los dos últimos siglos, este esteta de tiempos de la Revolución Francesa, acaso un romántico prematuro, ha fascinado a toda suerte de literatos. Bautizado por Maurice Blanchot como 'autor sin libro, escritor sin escrito', Joubert fue un ilustrado tan obsesionado con la perfección, tan preocupado por formular una teoría literaria sobre la que luego basar su obra, en definitiva tan obstinado en su empeño por reflexionar antes que practicar, que la muerte le pilló sin haberle dado tiempo a escribir una sola novela. Según apuntara el crítico Sainte-Beuve en un artículo fechado en 1838, Joubert, a una edad ya adulta, 'prosigue sus lecturas, sus sueños, sus charlas, bastón en mano, prefiriendo –fuera el tiempo que fuese– pasear diez millas que escribir diez líneas; caminar y aplazar la obra, siendo como era, de ésos que siembran y que no construyen y fundan'.
Desde sus inicios como hombre de letras, esto es desde que trabara buena amistad con Louis de Fontanes y Chateaubriand, Joubert escribió sus pensamientos, reflexiones y aforismos en un diario personal que con el tiempo habría de alcanzar las 9.000 páginas. Aunque gran parte de esas sentencias hacían alusión a asuntos propios de la época y aunque por tanto hoy sólo poseen un valor historiográfico, muchas otras corresponden al arte de escribir y, como éstas no han caducado. En la actualidad han devenido en el manual de instrucciones secreto de muchos escritores contemporáneos (además de la edición objeto de esta reseña, desde 1995 existe en España la de Edhasa, titulada Pensamientos). De hecho, en el prólogo de Sobre arte y literatura encontramos citas que apuntan hacia este mismo aspecto, como pueda ser la de Georges Perros: 'Joubert es el secreto de algunos. Sus lectores, raros, han llegado a formar una especie de sociedad secreta…'. Por otra parte, el editor de este volumen nos ayuda a comprender la importancia de este intelectual francés transcribiendo una anécdota del mismísimo Paul Auster: al parecer, el norteamericano regaló un ejemplar de los Cuadernos de Joubert al pintor David Reed, quien en aquel entonces estaba ingresado en un hospital psiquiátrico a causa de una depresión nerviosa. Finalizada la lectura, Reed prestó el libro a otro paciente y, cuando algún tiempo después quiso recuperarlo, un tercer enfermo le respondió que no podían devolvérselo, dado que el libro había pasado a formar parte del hospital: 'Es nuestro. Lo necesitamos'. Según cuenta Auster, aquellos Cuadernos habían ido pasando de mano en mano entre los pacientes del psiquiátrico, quienes organizaban una suerte de terapias secretas en las que debatían los aforismos de dicho volumen.
Quizá sea cierto lo que Harold Brodkey declaró en cierta ocasión a un periodista del The Paris Review (cuya recopilación de entrevistas ha publicado recientemente El Aleph): 'Hay unos novecientos millones de aforismos sobre escribir que son ciertos'. Pero sin duda es igual de cierto que las reflexiones de Joseph Joubert tienen algo que las hace destacar por encima de las demás: quizá sea porque provienen de un hombre que sacrificó su propia obra para pensar la literatura; tal vez porque se han convertido en el secreto de otros autores; o puede que sea porque sólo hay que abrir Sobre arte y literatura para darse cuenta de que Joubert fue un novelista extraordinario cuyo único fallo sería el hecho de no haber escrito una sola novela."
LOS ROLLING STONES EN PERÚ en LA VANGUARDIA

¿No teníamos ya suficientes libros sobre los Rolling Stones? Los libros sobre la banda de rock más famosa, prolífica y longeva de la historia dan ya para formar una biblioteca. Hay biografías autorizadas y no autorizadas, crónicas de giras –la mayoría por Estados Unidos– y análisis de aspectos musicales y sociales de sus canciones. Inclusive hay un corpus respetable de libros sobre Sus Majestades Satánicas escritos por autores españoles, desde Gustavo Vázquez Lozano hasta Jordi Sierra i Fabra.
Sin embargo, Los Rolling Stones en Perú, de Sergio Galarza y Cucho Peñaloza, logra sacarle nueva punta a un lápiz que parecía haberse quedado sin mina. Aunque sea porque logran interesar al lector, con buen estilo y armas legítimas, por un aspecto marginal en la historia de la banda. Digámoslo pronto: los Rolling Stones nunca tocaron en Perú y, al menos por la información que da el libro, la mayoría de sus integrantes nunca pisaron el país. Keith Richards y Mick Jagger hicieron un viaje privado en 1969, escapando de las jaurías de fans y la prensa, y después el cantante volvió en 1981, para participar en la película Fitzcarraldo, de Werner Herzog, aunque finalmente todos sus planos fueron eliminados de la versión exhibida. Eso es todo.
En las cortas estancias de los rockeros en Lima, Cuzco y la selva amazónica, trabaron cortas y superficiales relaciones con jóvenes peruanos. La mitad de los que coincidieron con estos Stones no tenían mucha conciencia de que estaban viviendo un momento histórico. La otra mitad estaban demasiado metidos en su propia mitología como para ver y entender en qué andaban sus ídolos.Y en ambos casos, veinte o treinta años después de los hechos, sus memorias son flacas en hechos concretos y famélicas en detalles. Se podría aplicar aquí aquella vieja frase que dice que quienes se acuerdan bien de los sesenta es que no los vivieron.
Así, con estos mimbres –dos visitas no musicales de Mick y una de Keith, recordadas por un circo de personajes menores, la mayoría de los cuales tampoco son artistas–, es difícil imaginar un libro exitoso. Y, a pesar de todo, Los Rolling Stones en Perú resulta interesante, divertido y provechoso.
Galarza y Peñaloza organizan su narración de una forma similar a la que Orson Welles inventó en Ciudadano Kane: los autores van viajando por la geografía peruana en busca de una tribu de veteranos que en su juventud se cruzaron con Mick o Keith. Con la excusa de preguntarles por las horas o días que pasaron con los famosos Stones, el libro nos lleva a reflexionar sobre el tiempo pasado y perdido, sobre la memoria y el olvido, y sobre la propia pequeñez en el momento en que nuestros caminos se cruzan con un grande (o al menos con un famoso).
¿Y qué aporta el libro a los que quieren saber más de su grupo preferido? Poco, pero sustancioso. El relato de la huida de 1969 muestra los estragos de la fama y los procesos duales de construcción y destrucción, comunes a las figuras de la época de oro del rock. Y la extraña obsesión de Jagger por convertirse en un actor respetado, que lo llevó a adentrarse en la selva y bajarse de su personaje en 1981, ayuda a verlo bajo una luz nueva, que lo complejiza y humaniza.
No es común que un libro hecho por periodistas latinoamericanos llegue a las costas españolas. Por su mesura y sus virtudes, esta es una crónica recomendable.
LOS ROLLING STONES EN PERÚ en DIARIO CÓRDOBA

¿Qué buscaban Mick Jagger y Keith Richards en las altura limeñas? Hoy en día es un completo misterio. Y si esto lo unimos a que no fue este el único viaje de morritos calientes a dicho país, el misterio se acentúa. Entremedias estaban las constantes tensiones dentro de la banda, su permanente divorcio con la prensa o la vieja y freudiana búsqueda de los yoes. Con ellos viajaremos por el Amazonas y contemplaremos una visión diferente de los indígenas. Casi nada, y es que los viejos rockeros nunca mueren".
01 marzo 2008
EL CUADERNO ROJO recomendado en PÁGINA 2, de TVE

El enlace a la recomendación en Página 2: http://www.pagina2.es/librorecomendado.php?r=d09bf41544a3365a46c9077ebb5e35c3
Y si quieres ver el programa completo (con la recomendación "en vivo"):
EL CUADERNO ROJO en ABC

Contar la propia vida, desde la perspectiva de la cuarentena, no es fácil; hacerlo con humor cierto y sin otro propósito moralista que dar fe del desbarajuste propio y ajeno, es todavía más difícil. Benjamin Constant (1767-1830) lo consiguió con su Cuaderno rojo, al menos por lo que se refiere a esa época del aprendizaje juvenil que en su caso fue de todo menos corriente y sosegado. Nacido en Suiza y hombre de la Convención, Constant fue protagonista de una vida de verdad intensa, novelesca: ilustrado, jugador empedernido, activo político, conversador, mujeriego, amante inconstante, duelista, lector entre otros muchos de La Mettrie, el autor de L'art de jouir, asunto este al que el autor de El cuaderno rojo se aplicó con entusiasmo indiscutible.
En El cuaderno rojo, al margen de los retratos ácidos y burlescos de sus contemporáneos, Constant, que afirmaba tener una «personalidad original», hizo un verdadero análisis de su propio carácter y admitió sus limitaciones y taras sociales: conocimientos deshilvanados, impertinente, una capacidad de decisión caprichosa, sablista experto y sin escrúpulos... Constant parece tener estilo sin proponérselo. No era sencillo, era preciso, sutil, inteligente. Su época es la de las postrimerías del Siglo de las Luces, la víspera de la Revolución, la de los epigramáticos más afortunados, como era él. Cuestiones estas que su traductor, Manuel Arranz, analiza en un prólogo excelente.
Lo que en Constant es, en apariencia, un relato convencional estrictamente cronológico, resulta ser uno hilarante, lleno de desparpajo: tropieza con médicos que unas veces curan enfermos para ganar dinero y otras se ocupan de ellos para aprender; las personas de «virtud sospechosa» le reciben «con todo el cariño propio de su condición»; la condesa de Linieres, propietaria de uno de los muchos garitos de juego donde el autor fue reiteradamente desplumado, ejercía «un oficio que su hermosa figura hacía lucrativo».... Constant poseía un agudo sentido de lo cómico en lo cotidiano; lástima que su relato no fuera más prolijo porque cada lance apuntado podría dar pie a escenas novelescas de intensidad indiscutible. Pinta un Londres que recuerda escenas que pintará con fortuna Thackeray. Una Inglaterra pícara en la que, por ejemplo, después de mucho protestar consigue que le traten como a un gentleman y, en consecuencia, le cobren como a tal. Una joya literaria.
Miguel Sánchez-Ostiz
BENJAMIN CONSTANT Y EL CUADERNO ROJO en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA

BENJAMIN CONSTANT. Pasiones ilustradas
"Una de las cualidades con que me ha distinguido la naturaleza es la de sentir un gran desprecio por la vida”. Tamaña boutade la redacté a los 44 años, pero quienquiera que lea las páginas que la preceden hallará razones para impugnarla. Tal vez porque escribí esas líneas ya como el Benjamin Constant maduro y autocomplaciente, olvidé que disertaban sobre el joven ansioso de experiencias, famélico de mundo, que sin duda también fui durante mis primeros 20 años. Pues es esa la etapa que abraza mi obra más jocosa, lasmemorias que yo titulé Mi vida y que vieron la luz como El cuaderno rojo, en razón del color de los manuscritos, cuando se publicaron, tardíamente, en 1907.
Con frecuencia la posteridad ha reservado para mi nombre un panteón extraliterario, como adalid de las tesis liberales y de la libertad civil en plena ebullición decimonónica. Y a qué negar, es cierto, mi paso –fugaz– por el Tribunado napoleónico, del que fui expulsado en 1802, o mi ulterior elección como diputado por París ya con Luis XVIII. Cómo no asumir, del mismo modo, mi contribución al estudio de las religiones y los tratados sobre principios de política, acaso mis obras mayores. Y aun así, el título que, al margen de Cécile (1851), afianzó la historia menor de mi literatura bebe menos de la Ilustración que de cierta zozobra romántica. Adolphe (1816), que así se llama el protagonista de la novela, ama y sucumbe a una mujer diez años mayor no sin padecer la opresión de una sociedad hostil. Inútil desmentir que buena parte de ese drama traducía en la ficción mi aventura personal con la escritora Madame de Staël. Pero no fue aquella la única pasión biográfica que inspiró mi narrativa. De ahí que para comprender mi agitada existencia, de cómo –casi sin llegar– amé, vi y vencí, es imprescindible El cuaderno rojo. Más allá de las cartas y del Diario íntimo (1804), es en este desopilante relato de mis primeras dos décadas donde consigné el nacimiento de los caprichos, de las aficiones, de los viajes y los altos, de los desmanes, y sobre todo de los amores fundacionales que explican –quizá contienen– los posteriores.
El crítico francés Émile Faguet definió mi temperamento como el de “un hombre de una maravillosa rectitud de pensamiento y una conducta más que dudosa”. De ser cierto, algo tuvo que ver con mi existencia itinerante, siempre a rebufo de un padre que contrató y llegó a despedir, en mis primeros años, a un total de seis tutores. Junto a él, aunque también huyéndole, recorrí en poco tiempo Suiza, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Alemania y Escocia, forjando un carácter inquieto y cosmopolita sustentado en la curiosidad y la ambición de libertad.
En exceso volcado en las emociones, me enamoré de la hija de un comandante suizo a los 13 años. Ella marcó el inicio de una inclinación compulsiva al galanteo que, como recoge el Cuaderno, a menudo respondía únicamente “al placer de dar que hablar”. Y como orador de contrastada labia me fue dado penetrar en la elegancia de los salones literarios, donde hice acopio de algunas pretendientes y bastantes pretendidas. Al margen de mis matrimonios, fue conocida mi querencia por damas como Madame de Charrière, Anna Lindsay, Madame Trevor y la misma Staël.
Por amor quise incluso batirme en duelo, otra de mis tendencias quijotescas, pero la ocasión que tal vez transcribí con mayor sonrisa fue un episodio de suicidio teatral frente a mademoiselle Pourras y su madre, convencido de que “querer matarse por una mujer era un medio de gustarle”. Me tragué un frasco de opio cuyos efectos contrarrestaron haciéndome tomar ácido, en una velada que acabó absurdamente con la asistencia de los tres a la ópera.
Pareja al fervor sentimental, la desmedida afición al juego me deparó no pocos apuros, al extremo de obligarme en París a vender el coche de mi padre. Pero comoquiera que no me inquietase el dinero, llegué a emplear “dos de mis quince luises en comprar dos perros y un mono”, aunque acabé peleándome también con ellos. Mas siendo así que el ímpetu de la juventud –no había cumplido aún los 20– también conoce límites, la tristeza de vivir separado de mi padre, sumada a la mala conciencia, acabó por forzar el reencuentro. De modo que tras viajar a caballo por Inglaterra y Escocia, me reuní con él en Holanda. No hubo reproches y regresamos a Suiza. Volvía de ese modo a casa decidido a inaugurar una vida menos nómada y más reposada, cuando mi padre me comunicó que me habían nombrado chambelán en la corte de Brunswick. En el trayecto hacia el nuevo destino, comprendí que el sarampión de la aventura seguía al acecho. Pues si bien faltaba poco para comenzar mi actividad política, en 1795, aún necesitaba duelos como el que propuse entonces a un capitán francés que osó insultarme. Por fortuna para él, quizá para ambos, la fiebre le impidió presentarse a la cita.
David Guzmán
LA SEMANA CONSTANT
La semana pasada fue "la semana Constant": a las excelentes reseñas que se habían venido publicando durante las últimas semanas, se sumaron otras muchas (en Diario de Mallorca, Canal Extremadura TV, ETB, Canal Sur...), y entre ellas tres noticias de relevancia: la aparición el jueves de un amplio perfil del escritor francés en las páginas del suplemento cultural de El periódico de Catalunya, la entusiasta reseña que Miguel Sánchez-Ostiz firmaba el sábado en el de ABC y la recomendación de Óscar López, el domingo, en el programa de libros de Radio Televisión Española PÁGINA 2.