editorial periférica

01 marzo 2008

EL CUADERNO ROJO en ABC

"Del contarse con gracia". Así titulaba su reseña de El cuaderno rojo en el ABC, el escritor y crítico Miguel Sánchez Ostiz:

Contar la propia vida, desde la perspectiva de la cuarentena, no es fácil; hacerlo con humor cierto y sin otro propósito moralista que dar fe del desbarajuste propio y ajeno, es todavía más difícil. Benjamin Constant (1767-1830) lo consiguió con su Cuaderno rojo, al menos por lo que se refiere a esa época del aprendizaje juvenil que en su caso fue de todo menos corriente y sosegado. Nacido en Suiza y hombre de la Convención, Constant fue protagonista de una vida de verdad intensa, novelesca: ilustrado, jugador empedernido, activo político, conversador, mujeriego, amante inconstante, duelista, lector entre otros muchos de La Mettrie, el autor de L'art de jouir, asunto este al que el autor de El cuaderno rojo se aplicó con entusiasmo indiscutible.
En El cuaderno rojo, al margen de los retratos ácidos y burlescos de sus contemporáneos, Constant, que afirmaba tener una «personalidad original», hizo un verdadero análisis de su propio carácter y admitió sus limitaciones y taras sociales: conocimientos deshilvanados, impertinente, una capacidad de decisión caprichosa, sablista experto y sin escrúpulos... Constant parece tener estilo sin proponérselo. No era sencillo, era preciso, sutil, inteligente. Su época es la de las postrimerías del Siglo de las Luces, la víspera de la Revolución, la de los epigramáticos más afortunados, como era él. Cuestiones estas que su traductor, Manuel Arranz, analiza en un prólogo excelente.
Lo que en Constant es, en apariencia, un relato convencional estrictamente cronológico, resulta ser uno hilarante, lleno de desparpajo: tropieza con médicos que unas veces curan enfermos para ganar dinero y otras se ocupan de ellos para aprender; las personas de «virtud sospechosa» le reciben «con todo el cariño propio de su condición»; la condesa de Linieres, propietaria de uno de los muchos garitos de juego donde el autor fue reiteradamente desplumado, ejercía «un oficio
que su hermosa figura hacía lucrativo».... Constant poseía un agudo sentido de lo cómico en lo cotidiano; lástima que su relato no fuera más prolijo porque cada lance apuntado podría dar pie a escenas novelescas de intensidad indiscutible. Pinta un Londres que recuerda escenas que pintará con fortuna Thackeray. Una Inglaterra pícara en la que, por ejemplo, después de mucho protestar consigue que le traten como a un gentleman y, en consecuencia, le cobren como a tal. Una joya literaria.
Miguel Sánchez-Ostiz