A lo largo de septiembre y octubre, varios periódicos del grupo Vocento (Ideal de Granada, Hoy de Extremadura...) reproducían en sus páginas de ocio o cultura un estupendo artículo de Pablo Martínez Zarracina sobre Los Rolling Stones en Perú aparecido primeramente en El Correo de Bilbao:
Sexo, pisco y rock and roll
El 15 de enero de 1969 tres huéspedes poco corrientes se registraron en el exclusivo hotel Crillón de Lima. Llevaban el pelo largo y vestían como zíngaros daltónicos: torsos descubiertos, chilabas, fulares coloristas, chalecos, sandalias, anillos, pendientes, cintas de pelo...
No habían cumplido los treinta, eran millonarios y vivían deprisa. Dos de ellos formaban parte de la banda de rock más famosa del mundo: los Rolling Stones. Mick Jagger y Keith Richards viajaban acompañados por la novia de este último: Anita Pallenberg, una fascinante 'groupie' que ya había sido compañera de Brian Jones y terminaría visitando la cama de Jagger.
Pocas horas después, tras recibir las consiguientes advertencias indumentarias, fueron invitados a abandonar el hotel. En el elegante Crillón había que llevar puesta al menos una camisa, por muy estrella internacional que se fuese. A continuación, el trío eléctrico probó suerte unas pocas manzanas más allá, en el igualmente exclusivo hotel Bolívar, donde tampoco duraron mucho.
Dos expulsiones hoteleras en unas pocas horas. Lima recibió a los Stones con el ceño fruncido y las defensas altas, pero no siempre fue así. Jagger y Richards llegaron a encontrar en el país andino parte del sosiego y el anonimato que perseguían a finales de los sesenta, cuando sus vidas eran una caótica sucesión de conciertos, fiestas salvajes y redadas policiales.
Su breve estancia allí viene a ser una curiosa nota al margen de la abundante bibliografía existente sobre la banda. Años después, Jagger regresaría al país, concretamente al interior de la selva amazónica, para rodar 'Fitzcarraldo', la película de Werner Herzog.
Sergio Galarza, uno de los nombres que más suenan en las nuevas letras peruanas, y el locutor y productor musical Cucho Peñaloza relatan el viaje de Jagger y Richards en 'Los Rolling Stones en Perú' (Periférica), un reportaje literario escrito con esa mezcla de desfachatez, ritmo y elegancia que caracteriza al viejo rock and roll.
Los autores combinan la erudición musical con la descripción de cierto mundo caníbal que ya no existe. Aunque no llega a especificarse en el texto, todo apunta a que Peñaloza ha puesto la devoción rockera y Galarza la prosa contundente. El resultado funciona. Según sus propias palabras, su objetivo es «recordar uno de los capítulos menos conocidos y quién sabe si uno de los más memorables en la historia estoniana».«Lima aún era una ciudad de damas y caballeros, clasista y racista», leemos en las primeras páginas del libro. Quizá por eso el choque inicial con los Stones fue inevitable. En 1969 los ingleses eran exactamente lo contrario a unos caballeros. Si los Beatles eran los músicos geniales, ellos eran los chicos peligrosos. Sus problemas con las drogas y con la justicia estaban en un momento álgido, la tensión dentro de la banda aumentaba día a día y Brian Jones, una de las piezas claves del grupo, cada vez se alejaba más de la pareja compuesta por Jagger y Richards.
Hacía poco que los Stones habían encontrado en Marruecos un lugar donde refugiarse de su propio éxito. Pero llegaron tarde: los 'beatniks' estaban abandonando Tánger y Marrakech para dejar paso a los turistas. Entonces comenzaron a mirar hacia Sudamérica y a incluir en su confuso discurso desvaríos acerca de la magia, los incas y Castro.
Tras intentar alojarse en los dos mejores hoteles de Lima, Jagger, Richards y Anita Pallenberg terminaron visitando la localidad costera de Ancón. La cantante María Luisa Elejalde recuerda la impresión que causaron entre la población: «Mick vestía una túnica blanca, preciosa, con bordados de oro, que le llegaba hasta la cintura y dejaba a la vista sus genitales, pero se le veía ridículo».
Debieron escandalizar hasta a los pelícanos y acabaron en una comisaría. Pero esta vez unos jóvenes bien relacionados les rescataron y les subieron a bordo de uno de las embarcaciones más lujosas del 'Yacht Club' de Ancón. Allí se celebró una fiesta en la que había «montículos de coca» y «mujeres prácticamente desnudas». Los asistentes recuerdan a Jagger dando saltos y a Richards sentado en una esquina, sin hacer caso a nadie, fumando y atravesando sus propios océanos de irrealidad.
Fueron años borrosos y la primera visita de los ingleses a Perú terminó de un modo borroso. Su pista se pierde en la cubierta de ese yate transformado de pronto en una discoteca londinense. Jagger y Richards aseguraron haber estado después en Cusco, la capital del imperio inca. Lo que nunca aclararon es si se trasladaron hasta allí en coche o utilizaron los servicios de alguna aerolínea lisérgica. No parece haber pruebas de que los Stones llegasen a pisar el Valle Sagrado con sus botas de punta.
Doce años después, en 1981, Mick Jagger regresó al país andino para tratar de impulsar su carrera cinematográfica participando en el accidentado rodaje de 'Fitzcarraldo'. Aunque finalmente sus escenas no aparecerían en la película, Jagger pasó una buena temporada entre Iquitos y la selva amazónica. En una de sus visitas al poblado de Belén, el músico bebió cachaza junto a unos nativos chaucheros que no le dejaron pagar. «Es la primera vez en mi vida que soy libre», dijo entonces.
Según los autores, Iquitos es «la capital mundial de la líbido en estado primitivo». El líder de los Stones deambuló por allí descalzo y vestido como un monje tibetano. Hacía dos horas de ejercicio diario y alternaba las juergas con la guitarra acústica.
Aunque sin duda la mayor de las aventuras que Jagger vivió en Perú fue su encuentro con la 'vedette' Monique Pardo, un episodio en el que Sergio Galarza despliega su talento narrativo y su arsenal irónico. «Yo lo vi y me dije nooo, Mick Jagger», le confiesa la televisiva Monique Pardo a Galarza veintiún años después. Ocurrió en el hotel Holiday Inn de Iquitos, donde la artista se alojaba con su novio de entonces. La vedette se las arregló para convencer a su pareja de su «necesidad existencial de estar sola y en tanga bajo el sol» y bajó a la piscina en busca del cantante. La peruana deseó entonces que «una anaconda se tragara a su novio». Galarza aclara los motivos: «Así ella podría hacer lo mismo con un Rolling Stone». Finalmente se reunió con Jagger. «Aprendí a hablar inglés en cinco minutos», recuerda Pardo, un personaje que cada cierto tiempo desempolva su hipotético y vetusto 'affaire'.
Como estonianos de pura cepa, los autores muestran cierta predilección por la pareja tóxica formada por Keith Richards y Brian Jones. Aún así, Mick Jagger es el protagonista del libro y hay algo en esta crónica de 'quest' en busca de la verdadera personalidad de «la lengua más historiada del planeta». En ocasiones, Jagger da la sensación de ser un tipo que no puede controlar las dimensiones de su propio personaje. Otras veces parece que nadie lo conoce realmente. Quienes coincidieron con él en Perú lo recuerdan como alguien amable. También parece que, dentro de lo que cabe, el inglés mantuvo un mínimo de sensatez. Aunque disfrutó de la vida nocturna de Lima e Iquitos, se mostró siempre «precavido y disciplinado».
Desde luego, el Jagger de 1981 no era ya el joven que aterrizó en Perú con veintiséis años y bastantes probabilidades de no llegar a cumplir los cuarenta. «Quizás alguien haya pensado que es un insolente», leemos en las páginas finales del libro, «pero es parte de su estilo, le gusta chocar con la gente, aunque evita ser malcriado». Los hay que inciden en sus costumbres salvajes y catalogan su nariz como «la aspiradora más rápida de la selva».
Elsa María Elejalde lo resume así: «Él es un pata que goza de la vida, le importa un pepino el mundo. Su filosofía es el 'be here now' y se acabó». Un rock and roll que se impone eléctrico sobre una suave melodía incaica.