editorial periférica

07 julio 2007

MI ABUELO en LEVANTE

"El aroma de las flores artificiales" se titula la reseña de Mi abuelo que firmaba ayer Manuel Arranz en Postdata, suplemento cultural del diario valenciano Levante:

Preciosa novela, hay que reconocer, ésta de Valérie Mréjen. No estoy seguro de que pudiera haberla escrito un hombre. Sí, ya sé que hay quien dice que la literatura no tiene sexo, pero yo no me lo creo. No me imagino a una mujer escribiendo como Hemingway, ni desde luego a Hemingway escribiendo una novela como ésta. Y que conste que no estoy hablando de sensibilidad. Aunque también. Pero puedo estar equivocado, claro.
Cuando se escribe, tan importante es lo que se cuenta como lo que no se cuenta. Y por supuesto la forma, la entonación, el momento. No, no estoy hablando de estilo, o al menos no sólo de estilo, estoy hablando de la novela, cuya función, si es que tiene alguna, cosa cada vez más dudosa, no se limita a recrear un mundo, una época, o una vida, aunque no tenga más remedio que hablar de ese mundo, esa época y esa vida. En el caso de Mi abuelo, esa época es la de las personas que hoy empiezan a ser abuelos, mira por dónde, cuya clave no está sólo en el mayo del 68, la generación beat, o la caída del muro de Berlín, ni siquiera de la música de los Beatles o la moda pop, sino en cosas más tangibles y materiales como el formica, el skay, las caravanas, las flores artificiales, el spray, los Bic, los restaurantes chinos, la enciclopedia de la vida sexual, las batas de boatiné, y dejo que usted continúe con la lista, seguro que acierta, no se olvide de las galerías comerciales. Pero hay más, mucho más. Una época no sólo se distingue por su parafernalia doméstica. Está también el lenguaje, los lugares comunes con que hombres y mujeres se identifican y se reconocen entre sí. Esa filosofía de andar por casa, en zapatillas por descontado, el chándal no es obligatorio, sólo aconsejable: «Mi paciencia tiene un límite; por mí que no quede; en el país de los ciegos el tuerto es el rey; nada es grave, sólo la muerte»; y aquí también dejo que usted continúe completando la lista. La verdad es que no sé por qué lo he llamado filosofía, pues los lugares comunes son casi una religión, posiblemente la religión con más fieles en el mundo. Y luego están las mujeres y los hombres que viven rodeados de todo eso, que pronuncian esas frases que son como sentencias, que se casan, tienen hijos, se divorcian, y se vuelven a casar, todo con mucha celebración de por medio, no es para menos. Y entonces a uno de esos hijos, una hija para ser exactos, le da por recordar todo aquello, y escribe una novela. No juzga ni acusa a nadie, tampoco ironiza sobre el pasado, el juicio y la ironía, si los hay, pertenecen a la historia, y esto es una novela, que es algo bastante más verídico que la historia que está continuamente reescribiéndose. Simplemente habla de su familia, una familia normal y corriente, de esas que sus miembros hablan poco entre sí y cuando hablan no se escuchan, de esas que se casan y se divorcian y se vuelven a casar, y dicen de cuando en cuando que «nada es grave, sólo la muerte», de lo más normal ya les digo. Recuerda sus frases que entonces no comprendía, las frases de los adultos son muchas veces enigmáticas incluso para ellos mismos (yo tampoco entendía que estuviera prohibido fijarse en los carteles, ¿para qué los ponían entonces?), sus manías, sus deseos, sus frustraciones, sus sueños, y consigue un hermoso libro, un hermosísimo y original libro, y un libro sin resentimiento, cosa poco habitual en el género. Yo creo que hasta podría considerarse como un homenaje indirecto y conmovedor a su familia, y, a través de ella, a toda una época. Por cierto muy bien traducido. No se lo pierdan. Ah, y no importa que no sean abuelos. También les gustará.

Manuel Arranz