HELP A ÉL en EL PAÍS
Ayer sábado, Babelia publicaba esta reseña de Help a él, firmada por Javier Goñi:
Sorprende que hayan tardado tanto en llegar a España los que posiblemente sean los tres escritores argentinos más interesantes en este momento: Piglia, Aira y Fogwill. Ninguno de los tres, por cierto, al llegar a nosotros tenían la edad de —pongamos — Messi. De los tres, quizás el menos conocido aún sea Fogwill (para el siglo, Rodolfo Enrique Fogwill, Buenos Aires, 1941: busquen lo que quieran saber en la ‘Presentación del autor’, que antecede al que es su primer libro aparecido en España, Cantos de marineros en La Pampa —Mondadori, 1998—: una selección de relatos y una estupenda novela, con la guerra de las Malvinas de fondo, Los pichiciegos; luego Mondadori publicó otros tres libros más). Ahora la excelente editorial extremeña, que nos está dando, tomo a tomo, otras voces, escritores de la gran mancha en español no muy difundidos a este lado del océano, reúne dos novelitas cortas de Fogwill.
La novela corta que da título al conjunto, Help a él, homenajea vagamente el célebre relato de Borges —qué cabe esperar entre argentinos— "El Aleph", con esa hermosa Beatriz Elena Viterbo, perdida entre las brumas del olvido (¿recuerdan el lamento de Borges?: “Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges”). En el relato de Fogwill será la muerta inolvidada Vera, quien partiendo de mimbres de historia gótica —alucinógenos, estupefacientes— volverá a la vida para tener —o no— con el protagonista una intensa, hermosa y muy explícita noche de locura erótica, a la que evidentemente Borges no se hubiera atrevido nunca a llegar (hay palabras del acto genital tan contundentes y hasta vulgares que tal vez enrojeciesen las mejillas a más de alguna lectora latinoamericana, pues tengo entendido que sienten allí un cierto pudor con algunas palabras). La novela corta es excelente, lo explícito de la narración tiene que ver con la ensoñación alucinógena del protagonista, aunque, a modo de borrón, digamos que chirría un poco una expresión como “tetas chatas”, en fin.
Completa el volumen otra muy notable narración, Sobre el arte de la novela, en la que el protagonista inicia una huida hacia ninguna parte, conduciendo un Porsche, bebiendo sin parar y pagando con esos billetes de millones de pesos que son “papel mojado”. Y como telón de fondo (suele ocurrir en Fogwill) Argentina y sus problemas de diván, siempre presentes, levemente esbozados, sugeridos.
Sorprende que hayan tardado tanto en llegar a España los que posiblemente sean los tres escritores argentinos más interesantes en este momento: Piglia, Aira y Fogwill. Ninguno de los tres, por cierto, al llegar a nosotros tenían la edad de —pongamos — Messi. De los tres, quizás el menos conocido aún sea Fogwill (para el siglo, Rodolfo Enrique Fogwill, Buenos Aires, 1941: busquen lo que quieran saber en la ‘Presentación del autor’, que antecede al que es su primer libro aparecido en España, Cantos de marineros en La Pampa —Mondadori, 1998—: una selección de relatos y una estupenda novela, con la guerra de las Malvinas de fondo, Los pichiciegos; luego Mondadori publicó otros tres libros más). Ahora la excelente editorial extremeña, que nos está dando, tomo a tomo, otras voces, escritores de la gran mancha en español no muy difundidos a este lado del océano, reúne dos novelitas cortas de Fogwill.
La novela corta que da título al conjunto, Help a él, homenajea vagamente el célebre relato de Borges —qué cabe esperar entre argentinos— "El Aleph", con esa hermosa Beatriz Elena Viterbo, perdida entre las brumas del olvido (¿recuerdan el lamento de Borges?: “Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges”). En el relato de Fogwill será la muerta inolvidada Vera, quien partiendo de mimbres de historia gótica —alucinógenos, estupefacientes— volverá a la vida para tener —o no— con el protagonista una intensa, hermosa y muy explícita noche de locura erótica, a la que evidentemente Borges no se hubiera atrevido nunca a llegar (hay palabras del acto genital tan contundentes y hasta vulgares que tal vez enrojeciesen las mejillas a más de alguna lectora latinoamericana, pues tengo entendido que sienten allí un cierto pudor con algunas palabras). La novela corta es excelente, lo explícito de la narración tiene que ver con la ensoñación alucinógena del protagonista, aunque, a modo de borrón, digamos que chirría un poco una expresión como “tetas chatas”, en fin.
Completa el volumen otra muy notable narración, Sobre el arte de la novela, en la que el protagonista inicia una huida hacia ninguna parte, conduciendo un Porsche, bebiendo sin parar y pagando con esos billetes de millones de pesos que son “papel mojado”. Y como telón de fondo (suele ocurrir en Fogwill) Argentina y sus problemas de diván, siempre presentes, levemente esbozados, sugeridos.
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