editorial periférica

30 diciembre 2007

LA NIEVE en EL PAÍS

Ayer sábado, Babelia, suplemento de El País, publicaba esta documentada reseña de La nieve. La firmaba Luis Matías López.


Periférica, una editorial joven y especializada en recuperaciones, rescata La nieve, de Johanna Schopenhauer, y, para ello, ha recurrido como traductor a Luis Fernando Moreno Claros, autor de Schopenhauer. Vida del filósofo pesimista (Algaba, 2005). Johanna (1766-1838) era madre del filósofo, Arthur, y la opinión que de él tenía se ilustra perfectamente con el hecho de que le expulsó de su casa porque era incapaz de aguantar un minuto más su intransigencia. En 1807, llegó a escribirle: “Eres pesado e insoportable y considero harto penoso convivir contigo (…) Eres incapaz de dominar la manía de querer saberlo todo mejor que nadie, de encontrar faltas en todas partes menos en ti mismo (…) Con eso exasperas a las personas que te rodean, pues nadie quiere dejarse aleccionar e ilustrar de modo tan violento, y menos por un ser tan insignificante como el que tú eres todavía”. A eso se llama amor de madre, aunque el hijo fuera de armas tomar, por muy genio que fuera.
Es tan interesante el prólogo de Moreno Claros (consumado además con un posfacio), en el que cuenta ésta y otras peripecias, que, por comparación, podría temerse que La nieve quedara un tanto devaluada, lo que resultaría injusto, ya que este relato largo que no llega a novela tiene todos los ingredientes para dar un buen rato de sano disfrute a quien se acerque a ella sin demasiadas expectativas. Se trata de un drama exquisito y romántico, un poco gótico y folletinesco, delicadamente escrito y bien trenzado, en el que se abren misterios que al final se resuelven y encajan a la perfección y que deja un regusto muy de su época. Y con alguna similitud, entre otras cosas por el escenario alpino de la tragedia central, con la ópera La Wally, de Alfredo Catalani.
La nieve refleja también aspectos interesantes de su autora y su época, ya que se centra en el relato de un invitado habitual a un salón a la moda como el que durante muchos años, mantuvo Johanna en Weimar, con su amigo Goethe como foco de atracción. Y no debía haber demasiada diferencia entre el salón real y el de ficción, ya que era una anfitriona encantadora y hospitalaria, y que la protagonista de la novela, Cölestine, no es sino un trasunto suyo. Refleja además la fascinación que recorrió a los ambientes ilustrados europeos en los siglos XVIII y XIX por una Italia deslumbrante por su paisaje y su cultura, el descubrimiento turístico de una Suiza cuyas cumbres escondían para los románticos una amenaza mortal y el gusto por las pasiones incendiarias pero no consumadas. Añádase a todo ello que Johanna, convertida en escritora profesional por reveses de la fortuna, fue abanderada en utilizar su nombre real, sin escudarse en seudónimos masculinos.
En suma, que tal vez Schopenhauer reuniese más méritos que su madre para pasar a la historia del pensamiento humano, pero que se explica que no se le echara de menos en las veladas de Johanna.

Luis Matías López