editorial periférica

02 febrero 2008

UN CLAVO EN EL CORAZÓN en SUR

La escritora y crítica María Teresa Lezcano recupera ahora para los lectores del diario Sur, de Málaga, uno de nuestros títulos preferidos de 2007:

Un clavo en el corazón es la primera novela que publicó el portugués Paulo José Miranda en 1997 (dos años más tarde ganaría el premio José Saramago por Naturaleza muerta), novela rescatada por la editorial Periférica en su magnífica labor de recuperar clásicos imprescindibles de la literatura, al mismo tiempo que divulga la obra de jóvenes autores que aún no son clásicos pero que empiezan ya sin embargo a ser imprescindibles.
Un clavo en el corazón es un monólogo viajero, la larga carta que Tiago Da Silva Pereira le escribe a Cesário Verde. Ambos son personajes que vivieron a finales del siglo diecinueve, y Cesário Verde, muerto de tuberculosis apenas pasados los treinta años, fue uno de los poetas más conocidos de su época. Tanto el redactor de la carta como su destinatario son en realidad poetas, y es una prosa entre poética y despiadada la que el autor emplea para su epístola.
Tiago Da Silva Pereira se está muriendo cuando decide escribirle una carta de despedida, no sólo al amigo sino sobre todo al poeta al que tanto admira. Esta carta de despedida se inicia con la crítica elogiosa de Da Silva hacia el último poema de Verde, y en este soliloquio redactado se simultanean varios tonos literarios esenciales.
Mientras Da Silva le va recordando a su amigo la admiración que siente por su obra, ahonda, mediante un eficaz ejercicio de disgresión, tanto en las paradojas del acto creativo como en la contextualización de las ideologías.

Pasados amores
Mientras recuerda sus pasados amores con la hermana del propio Cesário («Creo que me enamoré de Marie porque pensé que no la conocía. El amor siempre empieza así, miramos al otro como a un ser diferente, desconocido»), reflexiona sobre la naturaleza del estilo («El estilo, al contrario que la genealogía, es una ruptura sobre la sucesión. Es el revés de cualquier moral, de cualquier patrón»).
Mientras filosofa acerca de la condición de no-abnegación del ser humano y la tristeza de la soledad, reivindica a Homero, Byron y Beckford. Mientras medita acerca del «gusto» («el gusto es la única moralidad posible, la única necesaria... Ni el marqués de Sade ni San Pablo. El gusto es la única religión posible»), proclama la necesidad de la soledad creativa («No puedo evitar pensar cuánto me desagrada la procreación como una disculpa ante la falta de talento. La pequeñez del alma encuentra en la multiplicación una prueba para defender las reglas de la sociedad contra las reglas del arte»).

Muerte asumida
Mientras reitera la naturaleza del amor como «una necesidad de morir para el mundo, con la excepción de aquélla a la que nos entregamos», asume la muerte como «la única materia prima del poema, una experiencia pasada que reconocemos en la memoria».
A través de un lenguaje metafísico y fatalista, Miranda nos ofrece una novela epistolar de una
belleza a un tiempo sombría y luminosa; una belleza que, al igual que el romanticismo histórico en el que se halla encuadrada, está ya herida de muerte. No ocurre lo mismo con el talento de su autor. «...Porque el verso es la sombra de la palabra, un clavo en el corazón de la memoria.»

(Publicado en el suplemento Vivir la cultura Letras, viernes 1 de febrero de 2008)