SOBRE ARTE Y LITERATURA en LA VANGUARDIA
El 6 de enero, Llàtzer Moix publicaba en su columna dominical de La Vanguardia esta aproximación a Joubert, titulada "Con cuentagotas":
Joseph Joubert (1754-1824) es un escritor que se administra al lector español con cuentagotas. Hubo que esperar hasta 1995 para que Edhasa publicara su primera traducción al castellano, una breve pero suculenta edición de los Pensamientos, preparada por Carlos Pujol. Y ha habido que esperar 12 años más para ver editado otro trabajo suyo, esta vez de la mano de editorial Periférica, con el título Sobre arte y literatura.
Periférica, que ya nos ofreció en el 2006 a Antoine de Rivarol, coetáneo de Joubert, ha reunido ahora parte de las ideas sobre estética de este autor. El libro no va más allá de las cien páginas, de las que sólo la mitad son obra de Joubert. Si Rivarol brillaba, en la difusa constelación de los moralistas franceses, por su buen corazón y su ingenio viperino, Joubert se distingue por su espiritualidad, su atinado criterio y su estilo alado. Madame de Chastenay decía de él que era un alma que se había visto encerrada en un cuerpo, y que intentaba salir del paso lo mejor que podía. El propio Joubert añadía: “Como Dédalo, construyo mis alas, poco a poco, añadiéndoles una pluma cada día”. Sustitúyase pluma por pensamiento y se obtendrá un primer autorretrato de este escritor.
Toda una vida se pasó Joubert anotando sus pensamientos; una vida marcada por la Revolución Francesa, guiada por la constante reflexión –en su transcurso produjo nueve mil páginas, base de Pensamientos– y abrochada con la mayor discreción: murió inédito y no fue sino gracias a su amigo Chateaubriand que una selección de su trabajo fue dada a imprenta cuando Joubert llevaba ya 14 años criando malvas.
En sus Pensamientos, Joubert aborda lo humano con un fundamento y una ligereza casi divinos; con una bonhomía hoy escasa. “Si queréis hablar a alguien, empezad por abrir los oídos”, nos aconseja Joubert, exhibiendo una permeabilidad que no debe confundirse con la inconsistencia: “Hay que saber entrar en las ideas de los otros –agregaba Joubert– y hay que saber salir de ellas. Hay que saber salir de las propias y hay que saber entrar de nuevo en ellas”. Defensor de la libertad (“la libertad de hacer el bien; no se necesitan otras”), de sus amigos (“cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil”) y de la tolerancia (“hay que tratar de comprender, antes que juzgar”), Joubert vivió intentando convertir el deber en placer, sublimando sus esfuerzos en el ámbito del espíritu y la imaginación (pero no para perderse en elucubraciones etéreas, sino en pos de una mayor civilización –“hay que morir siendo amable, si es posible”–), y consciente de sus talentos (“un pensamiento es algo tan real como una bala de cañón”).
Así se comportó también en el terreno estético, que es el que da pie a Sobre arte y literatura, al que no objetaríamos nada salvo su extrema brevedad. Joubert, decíamos al principio, es un autor que se administra al lector español con cuentagotas. Y uno se pregunta por qué tenemos que conformarnos con aperitivos cuando podrían traducirse, pongamos por caso, las nutritivas 400 páginas de las Pensées antologadas por Rémy Tessonneau en la editorial José Corti.
Joseph Joubert (1754-1824) es un escritor que se administra al lector español con cuentagotas. Hubo que esperar hasta 1995 para que Edhasa publicara su primera traducción al castellano, una breve pero suculenta edición de los Pensamientos, preparada por Carlos Pujol. Y ha habido que esperar 12 años más para ver editado otro trabajo suyo, esta vez de la mano de editorial Periférica, con el título Sobre arte y literatura.
Periférica, que ya nos ofreció en el 2006 a Antoine de Rivarol, coetáneo de Joubert, ha reunido ahora parte de las ideas sobre estética de este autor. El libro no va más allá de las cien páginas, de las que sólo la mitad son obra de Joubert. Si Rivarol brillaba, en la difusa constelación de los moralistas franceses, por su buen corazón y su ingenio viperino, Joubert se distingue por su espiritualidad, su atinado criterio y su estilo alado. Madame de Chastenay decía de él que era un alma que se había visto encerrada en un cuerpo, y que intentaba salir del paso lo mejor que podía. El propio Joubert añadía: “Como Dédalo, construyo mis alas, poco a poco, añadiéndoles una pluma cada día”. Sustitúyase pluma por pensamiento y se obtendrá un primer autorretrato de este escritor.
Toda una vida se pasó Joubert anotando sus pensamientos; una vida marcada por la Revolución Francesa, guiada por la constante reflexión –en su transcurso produjo nueve mil páginas, base de Pensamientos– y abrochada con la mayor discreción: murió inédito y no fue sino gracias a su amigo Chateaubriand que una selección de su trabajo fue dada a imprenta cuando Joubert llevaba ya 14 años criando malvas.
En sus Pensamientos, Joubert aborda lo humano con un fundamento y una ligereza casi divinos; con una bonhomía hoy escasa. “Si queréis hablar a alguien, empezad por abrir los oídos”, nos aconseja Joubert, exhibiendo una permeabilidad que no debe confundirse con la inconsistencia: “Hay que saber entrar en las ideas de los otros –agregaba Joubert– y hay que saber salir de ellas. Hay que saber salir de las propias y hay que saber entrar de nuevo en ellas”. Defensor de la libertad (“la libertad de hacer el bien; no se necesitan otras”), de sus amigos (“cuando mis amigos son tuertos, los miro de perfil”) y de la tolerancia (“hay que tratar de comprender, antes que juzgar”), Joubert vivió intentando convertir el deber en placer, sublimando sus esfuerzos en el ámbito del espíritu y la imaginación (pero no para perderse en elucubraciones etéreas, sino en pos de una mayor civilización –“hay que morir siendo amable, si es posible”–), y consciente de sus talentos (“un pensamiento es algo tan real como una bala de cañón”).
Así se comportó también en el terreno estético, que es el que da pie a Sobre arte y literatura, al que no objetaríamos nada salvo su extrema brevedad. Joubert, decíamos al principio, es un autor que se administra al lector español con cuentagotas. Y uno se pregunta por qué tenemos que conformarnos con aperitivos cuando podrían traducirse, pongamos por caso, las nutritivas 400 páginas de las Pensées antologadas por Rémy Tessonneau en la editorial José Corti.
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