Rodrigo Soto en "Verbo Sur" de Babelia
El pasado sábado publicaba Rodrigo Soto, en la sección "Verbo Sur" de Babelia, dedicada a autores latinoamericanos, un interesante artículo sobre dos autoras fundamentales y míticas (en especial la primera): las costarricenses Yolanda Oreamuno y Eunice Odio.
DOS TIGRESAS TRISTES
por Rodrigo Soto
El 9 de julio de 1956 moría en Ciudad de México la novelista Yolanda Oreamuno. Lo hacía sumida en la pobreza, en el departamento y entre los brazos de su amiga entrañable, la poeta Eunice Odio. Costarricenses por nacimiento ambas, creadoras extraordinarias, hermosas e incomprendidas, nos legaron, además de su obra brillante -y casi completamente desconocida fuera de un grupo de felices iniciados-, la belleza de su leyenda trágica.
Nacida Yolanda en 1916; Eunice, tres años después. Su breve biografía está jalonada desde el inicio por circunstancias difíciles: huérfana de padre desde muy niña, Yolanda fue raptada en plena ciudad de San José a la edad de 19 años; casada poco después con un diplomático chileno, enviudó el mismo año de su boda. El escritor Joaquín Gutiérrez gustaba de contar cómo, en plena Guerra Civil española, Yolanda y otros jóvenes escritores boicotearon la presentación de un declamador franquista, lanzando insultos y "pedos químicos" que pusieron en desbandada a la concurrencia que abarrotaba el Teatro Raventós esa noche. En fin, al abandonar Costa Rica -harta de un medio pacato y hostil, pero todavía sin una obra que respaldara su arrogancia-, se dejó decir: "Ahí les dejo mi leyenda, para que se entretengan".
La belleza de Eunice Odio fue codiciada y celebrada por muchos. Tal vez, los más célebres versos se los dedicó el gran poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas. En el largo poema que le escribió, dice entre otras cosas: "A veces a ti misma te esquivamos. / Tratamos de cubrirte con palabras / y adjetivos espléndidos, por temor / a ver entre tus pliegues algo de lo desconocido".
Y es que, en efecto, Eunice Odio se asomó a lo desconocido. Su vasta obra poética da testimonio de ello: densa, de resonancias místicas, esotéricas y simbólicas. No sorprende que de ella dijera Augusto Monterroso: "Eunice Odio fue una mujer muy difícil, tuvo una vida muy difícil y escribió una poesía más difícil aún".
De ese asomarse a lo desconocido, también dan fe unas extraordinarias cartas que le escribió al venezolano Juan Lizcano, por muchos años su editor, confidente y amigo. En ellas, le refiere una serie de acontecimientos asombrosos que le ocurrieron a lo largo de varios meses. "Fue en el mes de noviembre de 1964. Esa mañana, mi criada Virginia llegó a las ocho y media de la mañana. Mientras esperaba que trajera la gran taza de café negro que tomo al despertar, empezaron a salir, de mi cuerpo, una enorme cantidad de filamentos luminosos, que tendrían entre seis y ocho centímetros de largo y el grueso de un cabello muy delgado, salieron de mí, como digo, en enormes cantidades y más veloces que la luz misma". Quienes leímos de jóvenes a Carlos Castaneda reconoceremos sin dificultad la escena, pero también tendremos pistas para mejor entender la fascinación de Castaneda por la poesía.
Eunice Odio adoptó la nacionalidad guatemalteca en 1948, en medio del proceso democrático que vivía ese país, y se radicó en México tras la caída del Gobierno de Jacobo Arbenz. Algunos años después, en 1963, se declararía furiosamente anticomunista, lo que en medio de la euforia castrista le allegaría numerosas enemistades y no pocas dificultades para subsistir.
La huella de su estancia en México marcó la obra de ambas creadoras (tal y como sucede con los también costarricenses Francisco Zúñiga y Chavela Vargas). Una de las novelas más extraordinarias de Yolanda Oreamuno se titula De su obscura familia; en escasas 50 páginas, nos relata con intensidad deslumbrante el proceso que vive un exiliado político costarricense que llega a ese país tras la Guerra Civil de 1948: hijo de las clases adineradas, languidece en el letargo de su medianía, hasta que el exilio lo lleva a México, donde los olores, las gentes, el paisaje, la intensidad vibrante de la ciudad, le dan un mazazo en la cabeza, despertándolo a la vida.
Eunice murió 18 años después que su amiga, también en México, pero hubo de hacerlo sola pues ya no estaba Yolanda para tenerla en sus brazos; no encontraron su cuerpo sino varios días después de fallecida. Se rumorea que Sergio Ramírez prepara una novela sobre la vida y leyenda de ambas.
Rodrigo Soto (San José de Costa Rica, 1962) ha sido incluido en antologías del relato latinoamericano como McOndo (Mondadori) y Líneas aéreas (Lengua de Trapo). La editorial Periférica publica la semana que viene en España su novela Gina.
Enlace: http://www.elpais.es/articulo/semana/tigresas/tristes/elpbabsem/20061014elpbabese_10/Tes/
DOS TIGRESAS TRISTES
por Rodrigo Soto
El 9 de julio de 1956 moría en Ciudad de México la novelista Yolanda Oreamuno. Lo hacía sumida en la pobreza, en el departamento y entre los brazos de su amiga entrañable, la poeta Eunice Odio. Costarricenses por nacimiento ambas, creadoras extraordinarias, hermosas e incomprendidas, nos legaron, además de su obra brillante -y casi completamente desconocida fuera de un grupo de felices iniciados-, la belleza de su leyenda trágica.
Nacida Yolanda en 1916; Eunice, tres años después. Su breve biografía está jalonada desde el inicio por circunstancias difíciles: huérfana de padre desde muy niña, Yolanda fue raptada en plena ciudad de San José a la edad de 19 años; casada poco después con un diplomático chileno, enviudó el mismo año de su boda. El escritor Joaquín Gutiérrez gustaba de contar cómo, en plena Guerra Civil española, Yolanda y otros jóvenes escritores boicotearon la presentación de un declamador franquista, lanzando insultos y "pedos químicos" que pusieron en desbandada a la concurrencia que abarrotaba el Teatro Raventós esa noche. En fin, al abandonar Costa Rica -harta de un medio pacato y hostil, pero todavía sin una obra que respaldara su arrogancia-, se dejó decir: "Ahí les dejo mi leyenda, para que se entretengan".
La belleza de Eunice Odio fue codiciada y celebrada por muchos. Tal vez, los más célebres versos se los dedicó el gran poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas. En el largo poema que le escribió, dice entre otras cosas: "A veces a ti misma te esquivamos. / Tratamos de cubrirte con palabras / y adjetivos espléndidos, por temor / a ver entre tus pliegues algo de lo desconocido".
Y es que, en efecto, Eunice Odio se asomó a lo desconocido. Su vasta obra poética da testimonio de ello: densa, de resonancias místicas, esotéricas y simbólicas. No sorprende que de ella dijera Augusto Monterroso: "Eunice Odio fue una mujer muy difícil, tuvo una vida muy difícil y escribió una poesía más difícil aún".
De ese asomarse a lo desconocido, también dan fe unas extraordinarias cartas que le escribió al venezolano Juan Lizcano, por muchos años su editor, confidente y amigo. En ellas, le refiere una serie de acontecimientos asombrosos que le ocurrieron a lo largo de varios meses. "Fue en el mes de noviembre de 1964. Esa mañana, mi criada Virginia llegó a las ocho y media de la mañana. Mientras esperaba que trajera la gran taza de café negro que tomo al despertar, empezaron a salir, de mi cuerpo, una enorme cantidad de filamentos luminosos, que tendrían entre seis y ocho centímetros de largo y el grueso de un cabello muy delgado, salieron de mí, como digo, en enormes cantidades y más veloces que la luz misma". Quienes leímos de jóvenes a Carlos Castaneda reconoceremos sin dificultad la escena, pero también tendremos pistas para mejor entender la fascinación de Castaneda por la poesía.
Eunice Odio adoptó la nacionalidad guatemalteca en 1948, en medio del proceso democrático que vivía ese país, y se radicó en México tras la caída del Gobierno de Jacobo Arbenz. Algunos años después, en 1963, se declararía furiosamente anticomunista, lo que en medio de la euforia castrista le allegaría numerosas enemistades y no pocas dificultades para subsistir.
La huella de su estancia en México marcó la obra de ambas creadoras (tal y como sucede con los también costarricenses Francisco Zúñiga y Chavela Vargas). Una de las novelas más extraordinarias de Yolanda Oreamuno se titula De su obscura familia; en escasas 50 páginas, nos relata con intensidad deslumbrante el proceso que vive un exiliado político costarricense que llega a ese país tras la Guerra Civil de 1948: hijo de las clases adineradas, languidece en el letargo de su medianía, hasta que el exilio lo lleva a México, donde los olores, las gentes, el paisaje, la intensidad vibrante de la ciudad, le dan un mazazo en la cabeza, despertándolo a la vida.
Eunice murió 18 años después que su amiga, también en México, pero hubo de hacerlo sola pues ya no estaba Yolanda para tenerla en sus brazos; no encontraron su cuerpo sino varios días después de fallecida. Se rumorea que Sergio Ramírez prepara una novela sobre la vida y leyenda de ambas.
Rodrigo Soto (San José de Costa Rica, 1962) ha sido incluido en antologías del relato latinoamericano como McOndo (Mondadori) y Líneas aéreas (Lengua de Trapo). La editorial Periférica publica la semana que viene en España su novela Gina.
Enlace: http://www.elpais.es/articulo/semana/tigresas/tristes/elpbabsem/20061014elpbabese_10/Tes/
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