NAVIDAD Y MATANZA en EL MERCURIO de Chile
El 26 de mayo, la prestigiosa revista El sábado, suplemento del diario chileno El Mercurio, publicaba esta reseña de Navidad y Matanza firmada por Rodrigo Pinto:
La novela como un puzzle para armar es una estrategia narrativa ya probada, que tuvo en Cortázar a uno de sus principales cultores. La idea es interesante porque siempre va aparejada a la ruptura del modelo clásico, del orden convencional, del érase una vez hasta vivieron felices, y es más provocadora todavía si, además de lo formal, la propuesta rompe con otras convenciones.
En la segunda novela que publica Carlos Labbé (1977) se lee, por ejemplo, que el narrador "siente escalofríos" cuando lee que la familia chilena "es el sustento moral de la clase dirigente de nuestro país". Ahí está lo más revulsivo de esta novela. Ciertamente, Navidad y Matanza plantea desafíos formales y exige una buena cuota de esfuerzo al lector, aunque, como suele ocurrir con obras bien hechas, lo mejor es dejarse llevar y suspender las interrogantes.
El puzzle terminará por armarse y con seguridad hay más de una manera de completarlo. En realidad, eso no es muy relevante. Con historias que se plantean tal grado de libertad y de juego, que citan -y por lo tanto, inscriben en la trama- autores como Lewis Carroll y Georges Perec, que sobreponen planos e historias, que juegan con la identidad de los personajes como en una galería de espejos, lo interesante ya es abordar la tarea de armar el puzzle.
Dejarse llevar por el delirio. Que la historia lo es: siete científicos que usan como clave el nombre de los días de la semana escriben una novela según un estricto pie forzado mientras comparten el encierro y la experimentación en un laboratorio, pero no son los únicos que hablan. Y, más aún, la realidad se cuela por las rendijas de la ficción, las tramas de afuera y de adentro tienden a constituirse en una sola, o en las diversas caras de la misma, y en ese retorcimiento de la trama, en esos relatos dentro del gran relato, el Chile de los noventa surge extrañamente trastocado –o quizá sería mejor decir revelado, mostrado, expuesto, al desnudo, reflejado– en una historia que toma prestados elementos de la ciencia ficción, del género policial, de la crónica periodística, entre otras fuentes, para proponer un ejercicio narrativo vigoroso y complejo, que no le teme a la meta literatura, pero que tampoco renuncia –y esto es lo más importante– a la vocación de contar buenas historias.
La novela como un puzzle para armar es una estrategia narrativa ya probada, que tuvo en Cortázar a uno de sus principales cultores. La idea es interesante porque siempre va aparejada a la ruptura del modelo clásico, del orden convencional, del érase una vez hasta vivieron felices, y es más provocadora todavía si, además de lo formal, la propuesta rompe con otras convenciones.
En la segunda novela que publica Carlos Labbé (1977) se lee, por ejemplo, que el narrador "siente escalofríos" cuando lee que la familia chilena "es el sustento moral de la clase dirigente de nuestro país". Ahí está lo más revulsivo de esta novela. Ciertamente, Navidad y Matanza plantea desafíos formales y exige una buena cuota de esfuerzo al lector, aunque, como suele ocurrir con obras bien hechas, lo mejor es dejarse llevar y suspender las interrogantes.
El puzzle terminará por armarse y con seguridad hay más de una manera de completarlo. En realidad, eso no es muy relevante. Con historias que se plantean tal grado de libertad y de juego, que citan -y por lo tanto, inscriben en la trama- autores como Lewis Carroll y Georges Perec, que sobreponen planos e historias, que juegan con la identidad de los personajes como en una galería de espejos, lo interesante ya es abordar la tarea de armar el puzzle.
Dejarse llevar por el delirio. Que la historia lo es: siete científicos que usan como clave el nombre de los días de la semana escriben una novela según un estricto pie forzado mientras comparten el encierro y la experimentación en un laboratorio, pero no son los únicos que hablan. Y, más aún, la realidad se cuela por las rendijas de la ficción, las tramas de afuera y de adentro tienden a constituirse en una sola, o en las diversas caras de la misma, y en ese retorcimiento de la trama, en esos relatos dentro del gran relato, el Chile de los noventa surge extrañamente trastocado –o quizá sería mejor decir revelado, mostrado, expuesto, al desnudo, reflejado– en una historia que toma prestados elementos de la ciencia ficción, del género policial, de la crónica periodística, entre otras fuentes, para proponer un ejercicio narrativo vigoroso y complejo, que no le teme a la meta literatura, pero que tampoco renuncia –y esto es lo más importante– a la vocación de contar buenas historias.
Rodrigo Pinto
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