PASOS EN LA ARENA en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN y LA VOZ DE CÁDIZ
Durante las últimas semanas han aparecido varios artículos sobre Pasos en la arena, de Remy de Gourmont. Destacamos ahora dos de los más interesantes:
El primero es la aproximación de Juan Carlos Sierra que apareció en La Voz de Cádiz el 17 de diciembre, dentro de un reportaje sobre recomendaciones y lecturas para la Navidad titulado "Al calor de un buen libro". Sierra cerraba su nota sobre Pasos en la arena rotundamente: "Un libro breve pero de tal intensidad intelectual que perdurará en la memoria del lector por muchos otros títulos que pasen por su vida".
El segundo de los artículos que queremos destacar fue publicado en El Periódico de Aragón el reciente 3 de enero. Lo firmaba Juan Bolea y lo reproducimos por entero:
En un texto publicado en 1910 en la revista Les marges, Guillaume Apollinaire recordaba que, llegado a París desde la provincia, cada día, pasadas las cinco de la tarde, iba a hurgar en los puestos de los bouquinistas, en los muelles del Sena.
Todos las tardes, Apollinaire fantaseaba con tropezarse con tal o cual poeta o pensador, hasta que una tarde se fijó en "un hombre robusto, en la plenitud de la edad, que vestía un abrigo negro, chistera y bufanda blanca enrrollada al cuello con descuido". Le puso el sobrenombre de el fabulista porque se daba un aire a Lafontaine. Un día, vio a ese desconocido observando el cielo. Cuando la primera estrella apareció, él le tiró un beso. Era Remy de Gourmont, a quien Apollinaire definiría como "el interesado por todas las cosas del universo: los animales, los astros, los libros y las calles, la humanidad y el amor que conmueve a toda naturaleza".
Paul Léautaud nos proporciona otro retrato de este secreto príncipe de las letras francesas. "Un hombre erguido, algo corpulento, ancho, pesado de cuerpo", a quien la sífilis iba a desfigurar horriblemente cuando contaba treinta años.
A partir de ese estrago físico, se dejó ver menos. En realidad, sólo acudía a la redacción del Mercure, donde participaba en una tertulia con otros escritores.
Siempre descuidado en su vestimenta, con su pequeña esclavina y sus grandes zapatos, y su sempiterna bufanda enrollada al cuello, Remy de Gourmont se esmeraba cada vez más con el lenguaje. Amaba con pasión la lengua francesa; alguna vez escribió que las palabras le habían causado mucha más alegrías que las ideas.
Los libros de Gourmont son hoy difíciles de encontrar. Por esa razón es de agradecer que Periférica se haya tomado la molestia de editar sus Pasos en la arena un delicioso volumen de epigramas donde resuenan las voces de Marco Aurelio y de Nietzsche, de Baltasar Gracián, de Montaigne, de La Bruyére.
Por lo que respecta a erudición y dominio literario, muy pocos escritores de su tiempo pudieron equiparársele. Para algunos estudiosos, su estilo seco, distante, en apariencia, y a veces hasta desdeñoso o altivo, revelan su origen aristrocrático. Que pudo remontarse, incluso, a aquel legendario Gormon, rey vikingo, o a una célebre familia del mismo apellido, pionera en el arte de la imprenta, en el París del siglo XV.
Entre las obras de este artista de culto hay que citar Sixtine o Una noche en el Luxemburgo, novelas en las que aparecen ya esbozadas nuevas técnicas, que se pondrían en boga años después, como el monólogo interior o lo que André Gide denominó mise en abîme, o relato dentro del relato, o técnica de las muñecas rusas. En esos textos, Gourmont conseguiría conciliar pensamiento y creación literaria, dos de sus más acendradas pasiones.
Un precursor. Los franceses lo tienen clasificado en la escuela simbolista, dentro de la cual ocupa un lugar privilegiado, como el indiscutible crítico del movimiento, comparándosele en prestigio con el incomparable Sainte-Beuve.
El primero es la aproximación de Juan Carlos Sierra que apareció en La Voz de Cádiz el 17 de diciembre, dentro de un reportaje sobre recomendaciones y lecturas para la Navidad titulado "Al calor de un buen libro". Sierra cerraba su nota sobre Pasos en la arena rotundamente: "Un libro breve pero de tal intensidad intelectual que perdurará en la memoria del lector por muchos otros títulos que pasen por su vida".
El segundo de los artículos que queremos destacar fue publicado en El Periódico de Aragón el reciente 3 de enero. Lo firmaba Juan Bolea y lo reproducimos por entero:
En un texto publicado en 1910 en la revista Les marges, Guillaume Apollinaire recordaba que, llegado a París desde la provincia, cada día, pasadas las cinco de la tarde, iba a hurgar en los puestos de los bouquinistas, en los muelles del Sena.
Todos las tardes, Apollinaire fantaseaba con tropezarse con tal o cual poeta o pensador, hasta que una tarde se fijó en "un hombre robusto, en la plenitud de la edad, que vestía un abrigo negro, chistera y bufanda blanca enrrollada al cuello con descuido". Le puso el sobrenombre de el fabulista porque se daba un aire a Lafontaine. Un día, vio a ese desconocido observando el cielo. Cuando la primera estrella apareció, él le tiró un beso. Era Remy de Gourmont, a quien Apollinaire definiría como "el interesado por todas las cosas del universo: los animales, los astros, los libros y las calles, la humanidad y el amor que conmueve a toda naturaleza".
Paul Léautaud nos proporciona otro retrato de este secreto príncipe de las letras francesas. "Un hombre erguido, algo corpulento, ancho, pesado de cuerpo", a quien la sífilis iba a desfigurar horriblemente cuando contaba treinta años.
A partir de ese estrago físico, se dejó ver menos. En realidad, sólo acudía a la redacción del Mercure, donde participaba en una tertulia con otros escritores.
Siempre descuidado en su vestimenta, con su pequeña esclavina y sus grandes zapatos, y su sempiterna bufanda enrollada al cuello, Remy de Gourmont se esmeraba cada vez más con el lenguaje. Amaba con pasión la lengua francesa; alguna vez escribió que las palabras le habían causado mucha más alegrías que las ideas.
Los libros de Gourmont son hoy difíciles de encontrar. Por esa razón es de agradecer que Periférica se haya tomado la molestia de editar sus Pasos en la arena un delicioso volumen de epigramas donde resuenan las voces de Marco Aurelio y de Nietzsche, de Baltasar Gracián, de Montaigne, de La Bruyére.
Por lo que respecta a erudición y dominio literario, muy pocos escritores de su tiempo pudieron equiparársele. Para algunos estudiosos, su estilo seco, distante, en apariencia, y a veces hasta desdeñoso o altivo, revelan su origen aristrocrático. Que pudo remontarse, incluso, a aquel legendario Gormon, rey vikingo, o a una célebre familia del mismo apellido, pionera en el arte de la imprenta, en el París del siglo XV.
Entre las obras de este artista de culto hay que citar Sixtine o Una noche en el Luxemburgo, novelas en las que aparecen ya esbozadas nuevas técnicas, que se pondrían en boga años después, como el monólogo interior o lo que André Gide denominó mise en abîme, o relato dentro del relato, o técnica de las muñecas rusas. En esos textos, Gourmont conseguiría conciliar pensamiento y creación literaria, dos de sus más acendradas pasiones.
Un precursor. Los franceses lo tienen clasificado en la escuela simbolista, dentro de la cual ocupa un lugar privilegiado, como el indiscutible crítico del movimiento, comparándosele en prestigio con el incomparable Sainte-Beuve.
Juan Bolea
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