editorial periférica

06 mayo 2007

RECUERDOS DE UN ESTUDIANTE POBRE en LEVANTE

El pasado viernes, 4 de mayo, el diario valenciano Levante publicaba en su suplemento Postdata una extensa y excelente reseña de Recuerdos de un estudiante pobre, de Jules Vallès, con un ladillo que anticipaba su contenido: "Vallès escribió en los últimos años de su vida esta excelente novela de aprendizaje". La firmaba Manuel Arranz.

Esplendor de la miseria


Todo el mundo sabe que uno de los mejores momentos para la novela fue la segunda mitad del siglo XIX, uno de los países donde más se desarrolló Francia, y una de las ciudades más novelescas de todos los tiempos, París. Muchas de las grandes novelas de la literatura universal se escribieron en aquella época, en aquel país, y en aquella ciudad, a cuya conjunción debemos también los mejores ejemplos de un tipo de novela que conocemos como novela de aprendizaje, entre las que se encuentra esta Recuerdos de un estudiante pobre, que es sin lugar a dudas una auténtica joya del género. Las novelas de aprendizaje tienen una curiosa característica en la que reside, creo yo, uno de sus mayores atractivos, y es que suelen ser novelas de madurez. Sólo cuenta su aprendizaje quien efectivamente ha llegado a aprender algo y ha adquirido en consecuencia una idea sobre el oficio, dos cosas que casi siempre van unidas. Y éste es también el caso de estos Recuerdos de Vallés, novela escrita en los últimos años de su vida y publicada originalmente por entregas, como solía ser también costumbre de la época.
Y ahora hablemos de la época. Una época de esplendor y miseria, términos estos que encontramos en tantos títulos de entonces y que tan bien la definen. Esplendor en el arte y miseria en la vida. Por cierto, al revés de lo que pasa hoy. Pero entonces hasta la miseria se tomaba con filosofía. La filosofía la hacía menos indigesta por decirlo así, y siempre será preferible a tomarla sola. "No miento", dice Jules Vallés. "Estos recuerdos no tienen precio, y sólo me alegra esparcirlos sobre el papel porque los ofrezco en su cómica exactitud, o en su dolorosa sinceridad ". Y así es, como comprobará el lector, aunque en ocasiones sea la sinceridad la que sea cómica, y dolorosa la exactitud. Por estas páginas pasa toda una época y los protagonistas, incluido el autor, de la misma. Muchos son hoy famosos, pues el esplendor de su arte logró imponerse finalmente a la miseria de su vida, aunque desgraciadamente, en la mayoría de los casos, fuera a título póstumo. Y muchos más todavía, que deslumbraron a sus contemporáneos con su cegadora pero al parecer efímera luz, han sido olvidados.
Vallés, a aquellas alturas de su vida, me refiero a la época en que escribió el libro no a la que relata en él, manejaba la pluma unas veces como un bisturí y otras como una porra, y es difícl saber con cuál de los dos instrumentos causó más estragos entre aquellos compañeros de fatigas de su airada juventud. Fue precisamente por aquellos años cuando se gestó la leyenda del barrio latino, bohemio, artista, intelectual y canalla, de la que Vallés nos ofrece aquí una imagen sin mistificaciones, tal vez un poco cínica, pero de un cinismo filosófico y que tiene toda la pinta de haber correspondido a la realidad. Y es que la distancia sirve para dos cosas. Para distanciarse de los hechos y olvidarlos o, algo todavía peor, mixtificarlos, o para recrearlos y tratar de comprender su verdadero significado y alcance, aun cuando éste no haya sido tan heroico los acontecimientos humanos no sólo no les quita grandeza ni, por paradójico que parezca, seriedad, sino todo lo contrario, y subrayarlo, como hace Vallés, es un recomendable ejercicio de humildad. Sólo hay una cosa que no se debe hacer nunca con la historia, ya sea la grande o la pequeña, y esa cosa es mentir, distorsionar los hechos, acomodarlos a los intereses del presente. No es honesto, y suele ser contraproducente. La historia de la que aquí se trata es la historia de la educación, la historia de las casas de comidas y las barberías con sus rozagantes barberas, la historia del aprendizaje de la geometría y del aprendizaje del hambre, de profesores ridículos y de alumnos sin escrúpulos. La misma historia de siempre que Vallés resume enuna lapidaria frase cartesiana: "Lucho, sufro, amo, odio, luego existo". En fin, un libro tan inteligente como ameno, que habla de cosas serias con humor. Es decir, todo lo contrario de lo que ya entonces empezaba a ser frecuente y hoy se ha convertido en norma: hablar de chorradas ex cátedra. Y sin que nadie se ría, para más inri.

Manuel Arranz