LA PELIRROJA en el diario ABC
El suplemento del diario ABC publica, hoy sábado, una reseña de La Pelirroja firmada por Miguel Sánchez-Ostiz.
"La calavera de Carolina" se titula, y dice así:
La Pelirroja es una de esas pequeñas joyas literarias que de no ser por el empeño de un modesto editor ?cosa que afortunadamente empieza a ser habitual? seguirían en ese limbo literario sólo frecuentado por los más avisados lectores, y aún así. Fialho de Almeida seguiría siendo un desconocido, a pesar de que Fernando Pessoa lo citara en su Libro del desasosiego.
Lo importante es que el portugués Fialho de Almeida (1857-1911) fue un lúcido cronista de su tiempo, como lo demuestran las varias colecciones de sus estimables artículos y crónicas sociales (mucho más que costumbristas) que vieron la luz a finales del siglo XIX.
La Pelirroja es una novela corta, escrita por un médico que para serlo luchó contra viento y marea, y conoció de cerca, tanto por devoción como por oficio, los bajos fondos lisboetas. Fue publicada en 1878, en las páginas de una revista. Tuvo que chocar a la fuerza, y mucho, en aquella época.
La Pelirroja es una novela escrita con un lenguaje llamativo (por la fuerza de las imágenes y la fortuna de las descripciones) que tiene pasajes turbadores, tanto por lo truculento y morboso, como por el contenido de las afortunadas descripciones de la vida y la extrema pobreza del proletariado portugués en la Lisboa de esa segunda mitad del XIX. La historia de una mujer joven, sin suerte ni talento alguno, carente de cualquier tipo de educación, con marcadas tendencias necrófilas (por ser hija de un espantoso sepulturero y haber tenido el depósito de cadáveres como cuarto de juegos), que acaba dando de manera estúpida y dramática en la prostitución.
Al hilo de la vida de la pelirroja Carolina, Almeida pinta una turba callejera, que celebra sus fiestas entre las tumbas, compuesta por desgraciados, perversos sólo por idiocia, degenerados, alcohólicos, que es tratada a la vez con severidad y piedad, con escaso sentimentalismo (que redunda en la fuerza narrativa) y con mucha eficacia. Hay denuncia severa y redentora en las páginas de Almeida y hay también fatalismo de quien ignora las causas de la depravación de su época.
Será raro que el lector no mire con asombro la fecha de publicación de la novela, porque en estas páginas, todo lo decimonónicas que se quiera, hay una estimulante mezcla de furia y libertad de lenguaje, una necesidad de nombrar la realidad con total crudeza, que era desconocida en otras latitudes.
"La calavera de Carolina" se titula, y dice así:
La Pelirroja es una de esas pequeñas joyas literarias que de no ser por el empeño de un modesto editor ?cosa que afortunadamente empieza a ser habitual? seguirían en ese limbo literario sólo frecuentado por los más avisados lectores, y aún así. Fialho de Almeida seguiría siendo un desconocido, a pesar de que Fernando Pessoa lo citara en su Libro del desasosiego.
Lo importante es que el portugués Fialho de Almeida (1857-1911) fue un lúcido cronista de su tiempo, como lo demuestran las varias colecciones de sus estimables artículos y crónicas sociales (mucho más que costumbristas) que vieron la luz a finales del siglo XIX.
La Pelirroja es una novela corta, escrita por un médico que para serlo luchó contra viento y marea, y conoció de cerca, tanto por devoción como por oficio, los bajos fondos lisboetas. Fue publicada en 1878, en las páginas de una revista. Tuvo que chocar a la fuerza, y mucho, en aquella época.
La Pelirroja es una novela escrita con un lenguaje llamativo (por la fuerza de las imágenes y la fortuna de las descripciones) que tiene pasajes turbadores, tanto por lo truculento y morboso, como por el contenido de las afortunadas descripciones de la vida y la extrema pobreza del proletariado portugués en la Lisboa de esa segunda mitad del XIX. La historia de una mujer joven, sin suerte ni talento alguno, carente de cualquier tipo de educación, con marcadas tendencias necrófilas (por ser hija de un espantoso sepulturero y haber tenido el depósito de cadáveres como cuarto de juegos), que acaba dando de manera estúpida y dramática en la prostitución.
Al hilo de la vida de la pelirroja Carolina, Almeida pinta una turba callejera, que celebra sus fiestas entre las tumbas, compuesta por desgraciados, perversos sólo por idiocia, degenerados, alcohólicos, que es tratada a la vez con severidad y piedad, con escaso sentimentalismo (que redunda en la fuerza narrativa) y con mucha eficacia. Hay denuncia severa y redentora en las páginas de Almeida y hay también fatalismo de quien ignora las causas de la depravación de su época.
Será raro que el lector no mire con asombro la fecha de publicación de la novela, porque en estas páginas, todo lo decimonónicas que se quiera, hay una estimulante mezcla de furia y libertad de lenguaje, una necesidad de nombrar la realidad con total crudeza, que era desconocida en otras latitudes.
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