editorial periférica

02 mayo 2006

Próximamente: Antoine de Rivarol

Pensamientos y rivarolianas estará en las librerías españolas antes de final de mes.
Este volumen, tercero de nuestra editorial, ofrecerá por primera vez en español una amplia muestra de la obra de Antoine de Rivarol, uno de los pensadores más singulares del siglo XVIII, cuyos aforismos han sido emparentados, por su humor y agudeza, con los de Lichtenberg. Clásico «secreto» de las letras francesas, protagonista apasionado y controvertido, por la cáustica defensa de sus propias ideas, de la Revolución francesa, fue modelo de algunos grandes escritores, como Honoré de Balzac, que utilizó muchas de sus frases y ocurrencias en las Ilusiones perdidas y Esplendor y miseria de las cortesanas, o como Ernst Jünger, que lo tradujo al alemán y fue uno de sus mejores críticos.
«Rivarol entretiene más que una novela y enseña mejor que un voluminoso tomo de ensayos», escribió otro de sus seguidores, Remy de Gourmont. Y Sainte-Beuve dijo: «Quienes lo estudien de cerca sólo hablarán de él con estima».
Como posible respuesta, el propio Rivarol, que recorrió media Europa, ya exiliado, cargando tanto con el escepticismo que abrillantaba su conversación y su genio como con su fama de seductor, nos dejó estas palabras: «La grandeza de un hombre es como su reputación: vive y respira en los labios de otro».


Antoine de Rivarol nació en 1753 en Bagnols-sur-Cèze, cerca de Aviñón. Su padre tuvo diversos oficios, incluso el de posadero, y su madre perteneció a la pequeña burguesía. Movido por sus deseos de prosperidad, Rivarol se atrevería a servirse del título nobiliario de uno de sus parientes y, más tarde, a bautizarse como Conde de Rivarol. A pesar de ello, fue invitado a todos los salones de París, cuyos protagonistas eran los más famosos escritores, artistas y pensadores. En ellos conoció a todos los grandes autores del momento, incluidos los enciclopedistas, que fueron sus primeros modelos. Fue, también, amigo de Chamfort, y en el exilio trató a Chateaubriand. Aunque hoy sus obras más perdurables nos parecen, por su humor, penetración psicológica y claridad de expresión, sus aforismos, tanto sus cartas abiertas como sus discursos, amén del Pequeño almanaque de nuestros grandes hombres o el Pequeño diccionario de los grandes hombres de la Revolución, son de un interés notable, y le granjearon entonces gran fama y una buena situación económica.
«Defensor del pueblo», según sus propias palabras, Rivarol puso en marcha diferentes publicaciones para propagar sus ideas. Prefirió exiliarse antes que someterse a los dictados de la Revolución, en cuyo futuro no creyó nunca, como tampoco en el papel de la nobleza francesa, a la que siempre detestó. Murió en Berlín en 1801.